viernes, 18 de septiembre de 2020

HERÓDOTO Y KAPUSCINSKY: DOS REPORTEROS

 ...POR ELOY MAESTRE

           

 

                        Heródoto y Kapuscinski: dos reporteros

 

Entre el griego Heródoto, Padre de la Historia, y el polaco Kapuscinski, reportero único e inigualable, transcurren veinticinco siglos. Les une a ambos su ansia por visitar lugares desconocidos y contarnos lo que ven y lo que oyen. Son dos grandísimos reporteros, aunque en tiempos de Heródoto no existiera la palabreja.

El polaco admiraba a Heródoto de la misma manera que todos los periodistas admiramos a Kapuscinski. Por ese motivo, quiero ahora unir ambas figuras de relevancia mundial.


           

                                    Heródoto, Padre de la Historia

 

Cicerón señala a Heródoto (484 – 425 a. C.) como Padre de la Historia que escribió en su lengua jónica, la ateniense, como Sófocles y Eurípides, autores de tragedias griegas.

La editorial Lumen publicó en 1981 los Nueve libros de la Historia, de Heródoto, en una espléndida traducción de la filóloga argentina María Rosa Lida. Es autora, asimismo, de un extenso y documentado estudio, cercano a las cien páginas, sobre el significado de esta obra magna en el mundo antiguo y moderno. Sin dicho estudio no se entendería cabalmente la obra de quien vivió en el siglo V a. C.

La división en nueve libros probablemente se remonte a la Biblioteca de Alejandría, número que llevó a dar a cada libro el nombre de una musa.

La explicación más graciosa de ello la sitúa la traductora en el epigrama de la Antología griega:

 

Heródoto a las Musas dio hospedaje

y cada Musa en pago le dio un libro

 

Libro primero: Clío. Libro segundo: Euterpe. Libro tercero: Talía. Libro cuarto: Melpómene

Libro quinto: Terpsícore. Libro sexto: Erato. Libro séptimo: Polimnia. Libro octavo: Urania. Libro noveno: Calíope

 

Los viajes de Heródoto comprenden la totalidad del mundo conocido en su época:  la mayoría de las zonas bañadas por el mar Mediterráneo, Asia Menor, Mar Negro y Escitia, Persia y Babilonia, Grecia y la Magna Grecia. Pone especial énfasis en Egipto y en el imperio persa, contra el que combatieron Atenas, Esparta y otras ciudades griegas en su época.

Las Tres Guerras Médicas (490 a 449 a. C.) ocupan buena parte del libro. Llamadas así por los medos, a quienes el ejército persa derrotó y luego lucharon como vasallos con ellos y otros aliados en dichas guerras bajo el mando de los reyes persas.

El Imperio aqueménida de Persia tuvo a Darío I (522 – 486 a. C.) como protagonista de la Primera Guerra Médica, a Jerjes I (486 – 465 a. C.) de la Segunda, y a Artajerjes I (465 – 424 a. C.) de la Tercera.

La Primera Guerra Médica ofrece como hecho relevante la batalla de Maratón (490 a. C.) precedida de la famosa carrera hasta Atenas, superior a los 42 km, cuyo recuerdo se perpetuó en los Juegos Olímpicos. En dicha batalla terrestre, Milcíades, al mando de atenienses y guerreros de otras ciudades aliadas, venció al ejército persa con su rey Darío I al frente.

En la Segunda Guerra Médica, librada como la primera ante la invasión persa del territorio griego, el ejército del rey Jerjes I vence en las Termópilas (480 a. C.) al dirigido por el rey espartano Leónidas I, que agrupaba fuerzas de Esparta y otras ciudades griegas aliadas.

Leónidas resistió varios días en el estrecho paso que impedía maniobrar al inmenso ejército persa, hasta que fue traicionado por un lugareño que mostró a los persas una senda que les permitió atacar por la retaguardia a la fuerza griega. Enterado el espartano de su derrota segura, mandó retirarse a la mayor parte de su ejército, permaneciendo él con sólo 300 espartanos, 700 tespios, 400 tebanos y tal vez algunos cientos más, que perecieron en su totalidad, causando antes 10.000 muertos al ejército persa. La flota ateniense y sus aliados vencieron a los persas en la batalla naval de Salamina (480 a. C.), y los derrotaron de nuevo en la decisiva batalla terrestre de Platea (479 a. C.) poniendo fin a la invasión persa.

En la Tercera Guerra Médica, el ejército persa al mando de Artajerjes I es derrotado en la batalla del río Eurimedonte, en el año 467 a. C. Pericles (protagonista del Siglo de Oro de Atenas), en nombre de su ciudad y del resto de aliados griegos, obliga a Persia a firmar la Paz de Calias en 448 a. C. con duras condiciones que cumplir en el futuro. Con ella, consiguió dar fin a los conflictos armados entre ambos pueblos.

 

El Helesponto de la Grecia clásica es el estrecho de Dardanelos, en la actual Turquía, y separa Europa de Asia. Por su situación estratégica fue testigo de numerosos conflictos armados a lo largo de la historia. El estrecho permite conectar el Mar Negro, con el gigante ruso en sus orillas, con el mar Mediterráneo. Por todo ello, es una de las vías marítimas más transitadas y peligrosas del mundo.

 

Del pasado belicoso de las ciudades griegas, tomadas como unidades administrativas, políticas y económicas, que llegaban a firmar acuerdos y alianzas con otras ciudades, a veces rotos para entablar nuevas guerras, da continua reseña el gran Heródoto. Atenas y Esparta, a veces aliadas y otras enemigas, sobresalieron por su pujanza entre todas. La venganza ocupa un lugar primordial en la historia antigua griega, y numerosas guerras se promueven para vengar ofensas anteriores, que ocasionan nuevas ofensas y a estas siguen otras, cerrándose el círculo infernal.

También informa Heródoto de las costumbres de los pueblos que visitó o que le dieron noticia cierta, de los sacrificios hechos a los dioses y de sus templos, de los presagios de los adivinos, temidos y respetados hasta el punto de que ninguna guerra se emprendía si los presagios no resultaban favorables. Los dioses resultaban inexplicables para los persas, y los ejércitos de sus reyes llevaban adivinos (como los de los griegos) que decidían en cada momento las tácticas guerreras, si convenía atacar o retirarse.

Los romanos heredaron, además de otras creencias griegas y numerosos dioses, la necesidad del vaticinio y marcaban los días como fastos, cuando se podían comenzar empresas belicosas o de cualquier otra índole, y nefastos, cuando había que mantenerse quietos y no hacer nada.

Las continuas guerras, exterminios de población, y tala continua de bosques para construir barcos o por motivos tácticos de guerra, derivaron en desertización y pobreza del territorio griego y sus islas que se ha mantenido hasta el presente.

 

 

 

 

 

Los Nueve Libros de la Historia. Su párrafo inicial resulta muy significativo:

 

Esta es la exposición de las investigaciones de Heródoto de Halicarnaso, para que no se desvanezcan con el tiempo los hechos de los hombres, y para que no queden sin gloria grandes y maravillosas obras, así de los griegos como de los bárbaros, y, sobre todo, la causa por la que se hicieron guerra.

 

La gran filóloga nos da las claves para entender el libro y comprender a su autor, insigne viajero cuando los viajes eran tan difíciles, largos y penosos.

Define así a Heródoto: Su insaciable interrogar, inquirir, investigar, son verbos repetidos en la narración herodotea. Sin duda alguna la raíz de esa simpatía que Heródoto despierta en los demás es la simpatía que él mismo profesa a todo.

Por fidelidad a la ley patria, Atenas se pone a la cabeza de la lucha por la independencia griega, que no es guerra de fronteras ni de dominio, sino guerra para salvar la individualidad de una nación.

El ciudadano de un pequeño estado sometido al Gran Rey, que lucha por establecer la libertad y se traslada de extremo a extremo de los mares griegos, va a ser, por desasido de todo localismo, el veraz retratista de la gran contienda por la independencia griega, y une a su sin par objetividad su ávida observación y su siempre alerta sentido humorístico ante la comedia humana.

 

Concluye Lida su estudio:

Libro juvenil, entre cuantos dejó Grecia, es este que expone lo que investigó Heródoto de Halicarnaso, y de sus viejas páginas, poéticas y razonadoras a la vez, se esparce inextinguible el aroma de su belleza y su verdad, no menos grato que aquellas auras divinamente olorosas que, según su propio testimonio, espira la remota Arabia feliz.

 

 

Algunas citas del libro nos ayudarán a valorar el estilo de Heródoto, comenzando por una advertencia:

 

Por mi parte, debo contar lo que se cuenta, pero de ninguna manera debo creérmelo todo, y esta advertencia mía valga para toda mi narración; ya que también se cuenta que los argivos fueron los que llamaron al persa contra Grecia, por hallarse sus armas malparadas por los lacedemonios y por desear cualquier cosa antes que la presente aflicción.

 

Enterado Ciro de que era Creso caro a los dioses y hombre de bien, le hizo bajar de la hoguera y le interrogó de este modo: Creso, ¿quién te indujo a emprender una expedición, contra mi tierra, y a mostrarte enemigo en lugar de amigo mío? Creso respondió: Rey, yo lo hice movido por tu dicha y mi desdicha. De todo tiene la culpa el dios de los griegos que me impulsó a atacarte. Porque nadie es tan necio que prefiera la guerra a la paz: en ésta los hijos entierran a sus padres, y en aquélla los padres a los hijos. Pero quizá los dioses quisieron que así sucediese.

 

Los lidios tienen costumbres parecidas a las de los griegos, salvo que prostituyen a todas sus hijas. Fueron los primeros, que sepamos, que acuñaron monedas de oro y plata, y los primeros que tuvieron comercio al menudeo. Afirman los mismos lidios que también fueron invento suyo los juegos que practican ellos y los griegos.

 

De este modo, pues, Astiages, después de reinar treinta y cinco años, fue depuesto del trono, y por su crueldad los medos cayeron bajo el dominio de los persas, habiendo dominado el Asis que se halla más allá del río Halis, por ciento veintiocho años, fuera del tiempo en que mandaron los escitas.

 

De todos los hombres los persas son los que más adoptaron las costumbres extranjeras. En efecto, llevan el traje medo, teniéndolo por más hermoso que el suyo, y para la guerra el peto egipcio; se entregan a toda clase de deleites que llegan a su noticia; y así de los griegos aprendieron a tener amores con muchachos. Cada cual toma muchas esposas legítimas y mantiene muchas más concubinas.

 

Estos foceos fueron los primeros griegos que hicieron largas navegaciones y son los que descubrieron el Adriático, la Tirrenia, la Iberia y Tarteso; no navegaban en naves redondas, sino en naves de cincuenta remos.

 

Acerca del Nilo baste lo dicho. Paso a hablar de Egipto con detenimiento, pues comparado con cualquier otro país, es el que más maravillas tiene y el que más obras presenta superiores a todo encarecimiento.

 

Todos los egipcios sacrifican toros y terneros puros, pero no les es lícito sacrificar las hembras, por estar consagradas a Isis. La imagen de Isis es una mujer con astas de buey, tal como los griegos pintan a Ío; y los egipcios todos a una veneran a las vacas muchísimo más que a todas las bestias de ganado.

 

Pues entonces, por haber curado completamente a Darío, tenía Democedes en Susa una casa muy grande, era comensal del rey y, a excepción de una sola cosa, el retorno a Grecia, disponía de todo lo demás. Los médicos egipcios que atendían antes al rey iban a ser empalados por haber sido vencidos por un médico griego, pero él intercedió ante el rey y les salvó; también salvó a un adivino eleo, que había seguido a Polícrates y estaba abandonado entre los esclavos. Era gran persona Democedes ante el rey.

 

Luego, una vez colocado el cadáver del rey en su tumba, sobre un lecho, clavan a uno y otro lado del cadáver unas lanzas y sobre ellas tienden maderas que luego cubren con cañizo de mimbres. En el amplio espacio de la tumba entierran a una de sus concubinas, a la que han estrangulado, como también a su copero, a su cocinero, su caballerizo, su criado, su recadero, sus caballos, primicias de todas las cosas, y unas copas de oro, pues no usan para nada plata y bronce.

 

Los jonios entraron en consejo. El parecer de Milcíades de Atenas, general y señor del Quersoneso del Helesponto, era obedecer a los escitas y libertar a la Jonia.

Los que hicieron esa votación y gozaban de la estima del rey eran los tiranos de las ciudades del Helesponto: Dafnis de Habido, Hipoclo de Lámpsaco, Herofanto de Pario, Metrodosio de Proconeso, Aristágoras de Cícico y Aristón de Bizancio: éstos eran los del Helesponto. De Jonia eran Estratis de Quío, Eaces de Samo, Leodamente de Focea e Histieo de Mileto, cuyo parecer fue el propuesto contra el de Milcíades. De Eolia el único hombre de cuenta que estaba presente era Aristágoras de Cima.

 

Iban en aumento los atenienses; pues no en una sino en todas las cosas se muestra cuán importante es la igualdad, ya que los atenienses, cuando vivían bajo un señor, no eran superiores en las armas a ninguno de sus vecinos, y librados de sus señores, fueron con mucho los primeros. Ello demuestra, pues, que cuando estaban sometidos, de intento combatían mal, como que trabajaban para un amo, pero una vez libres, cada cual ansiaba trabajar para sí.

 

Así pues, parece que es más fácil engañar a muchos que a uno solo: pues no habiendo podido engañar al lacedemonio Cleómenes, que era uno solo, pudo hacerlo con treinta mil atenienses.

 

Los atenienses llegaron a Mileto con veinte naves, y trayendo consigo cinco trirremes de Eretia, que no militaban en obsequio de los atenienses, sino de los mismos milesios, en pago de una deuda. Porque anteriormente los milesios habían socorrido a los eretrios en la guerra contra los calcideos, cuando los samios auxiliaron a los calcideos contra eretrios y milesios. Cuando éstos, pues, llegaron y estuvieron presentes los demás aliados, emprendió Aristágoras una expedición contra Sardes.

 

Dicen que cuando llegaron los escitas a este fin tuvo Cleómenes demasiado trato con ellos y, tratándoles más de lo debido, aprendió a beber vino puro, y por ese motivo creen los espartanos que se volvió loco. Desde entonces, según ellos mismos dicen, cuando quieren beber más fuerte dicen: Sirve a lo escita.

 

En esa batalla de Maratón murieron unos seis mil cuatrocientos bárbaros y ciento noventa y dos atenienses; tal es el número de los que cayeron de una y otra parte.

 

Mardonio dice a Jerjes, rey de los persas, hablando de los griegos y la expedición contra ellos: Terrible cosa en verdad sería que nosotros, que hemos sometido y tenemos por esclavos a los sacas, indos, etíopes, asirios y otras muchas grandes y populosas naciones que no agraviaron en nada a los persas, sólo por el deseo de aumentar nuestro poderío, no castiguemos a los griegos, que abrieron las hostilidades. ¿Por qué temerles? ¿Qué muchedumbre pueden juntar?  ¿De qué riqueza disponen?

Conocemos su modo de combatir; conocemos cuán débil es su poder. Hemos sometido y poseemos a sus hijos, esos que viven en nuestros dominios y se llaman jonios, eolios y dorios. Yo mismo hice ya la prueba cuando por orden de tu padre marché contra esos hombres; había avanzado hasta Macedonia y, faltándome ya poco para llegar a la misma Atenas, nadie me presentó batalla.

 

Tendidos ya los puentes, sobrevino una fuerte borrasca que rompió y deshizo todo aquello. Cuando se enteró Jerjes, indignado contra el Helesponto, mandó darle con látigo trescientos azotes y arrojar al mar un par de grillos. Y hasta oí también que envió al mismo tiempo unos verdugos para que marcasen con estigmas al Helesponto. Lo cierto es que ordenó que al azotarle, le cargasen de baldones bárbaros e impíos: <Agua amarga, este castigo te impone nuestro Señor porque le ofendiste sin haber recibido de él ofensa alguna. El rey Jerjes te atravesará, quieras o no. Con razón nadie te hace sacrificios, pues eres un río turbio y salado>. Mandó, pues, castigar al mar, y cortar la cabeza a los encargados del puente sobre el Helesponto.

 

Así pues, Jerjes, hijo de Darío, condujo hasta Sepias y las Termópilas, cinco millones doscientos ochenta y tres mil doscientos veinte hombres.

 

Así pues, quien diga que los atenienses fueron los salvadores de Grecia no faltaría a la verdad, pues la balanza se inclinaría a cualquiera de los dos lados a que ellos se hubieran vuelto. Habiendo decidido mantener libre a Grecia, ellos fueron quienes despertaron a todo el resto de Grecia que no favoreció a los persas y quienes, con ayuda de los dioses, rechazaron al Rey.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


                                               

                                    Kapuscinski, sensacional reportero polaco

 

Como periodista que soy quiero rendir homenaje aquí al más grande de los nuestros, al ilustre polaco Ryszard Kapuscinski (1932 – 2007). Mi admiración por él no conoce límites. Dentro de nuestra profesión hay que dar la primacía al mejor, al reportero (incluyendo al reportero gráfico). Constante viajero, consigue las noticias de primera mano, jugándose la vida día a día en sus misiones y perdiéndola en muchos casos.

En su larguísima vida de reportero, Kapuscinski apenas se queja de padecimientos físicos, pero son patentes en sus libros sus carencias económicas. El mérito de un reportero, perseguidor de noticias en cualquier lugar del mundo donde se produzcan, se duplica si se le añade la pobreza absoluta. Imagino las enormes dificultades de vivir en lugares a menudo inmersos en guerras inciertas y peligrosas, que se centuplican cuando no se dispone de dinero, en particular para desplazarse de un sitio a otro. Si eres miembro de alguna gran agencia internacional de noticias, como la estadounidense AP, la británica Reuter, la francesa FP o la española EFE, probablemente dispondrás en todo momento de los medios para moverte y buscar la noticia, pero si eres el reportero de una desconocida y pobrísima agencia de noticias polaca, de nombre PAP, imagino que los problemas adquirirán proporciones gigantescas.

Un ejemplo de ello nos lo cuenta el maravilloso polaco en su libro Ébano. Se había producido un golpe de estado en Zanzíbar, una isla próxima al continente africano, y periodistas del mundo entero pugnaban por entrar en ella, hablar con los golpistas e informar al mundo. Lo malo es que los golpistas habían cerrado los puertos y el único aeropuerto de la capital estaba tomado por fuerzas militares que disparaban contra todo avión que intentase aterrizar. Kapuscinski se mordía las uñas, impaciente, junto con otros periodistas. Uno de ellos le aseguró que había conseguido una avioneta Cesna con su piloto para volar a la isla. Contaba con cuatro plazas y eran tres los periodistas viajeros. El polaco vio su ocasión y dijo: ¿si consigo permiso para aterrizar me llevaréis con vosotros gratis? Ante su respuesta afirmativa continuó pidiendo: dadme una hora.

Marchó de allí y logró ponerse en contacto telefónico con el jefe de los golpistas a quien conocía de tiempo atrás. Le pidió permiso para aterrizar asegurándole que no escribirían marranadas sobre ellos y su golpe de estado. Concedido el permiso, con la promesa de que no dispararían contra su avión, voló a la isla con sus compañeros y pudieron informar de ello.

 

Hoy comentaré algunos de los libros que contienen grandes reportajes de Kapuscinski: Ébano, el Emperador, El sha, El Imperio, Un día más con vida y Viajes con Heródoto. Estos relatos nunca proceden de un solo viaje sino de numerosos realizados a lo largo de su vida a los lugares de los que habla, porque se declara como impenitente viajero.

 

Antes de entrar en el comentario de los libros daré unas notas personales sobre el autor. En su gran reportaje El Imperio, Kapuscinski dice:

 

Yo vivía inmerso en los problemas del Tercer Mundo, me atraían esos multicolores continentes que son Asia, África y América Latina, temas a los que desde siempre me he dedicado de una manera casi exclusiva.

Mi interés se ha centrado desde siempre en la descolonización del mundo, tanto la mental como la política, y allí, en el Transcáucaso, se estaba produciendo tal proceso (1989).

 

En Ébano asegura ante sus oyentes africanos:

 

¿Qué vosotros fuisteis colonizados? ¡Nosotros los polacos también! Durante ciento treinta años fuimos colonia de tres Estados invasores. También blancos, por más señas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

                                                Ébano

 

Titula Ébano su libro sobre África por el color negro de la valiosa madera, igual al de la piel de numerosos africanos.

Relata sus viajes a este continente fascinante, donde varias veces estuvo a punto de morir: de enfermedades como malaria y tuberculosis, de sed en el desierto, por la picadura de una cobra, en un bote en el mar cerca de Zanzíbar…

Según el reportero polaco, la esclavitud ha marcado al pueblo africano para siempre. Además, las sequías, enfermedades, hambrunas y guerras, empujaron masivamente la población hacia las ciudades (con abandono de extensas zonas y crecimiento de la desertización). En ellas no mejoró su condición ni hallaron medios de vida. Los jóvenes fueron pasto fácil de los llamados “señores de la guerra”, que se alzan contra el poder para derrocarlo o señorean zonas con recursos naturales: petróleo, diamantes, oro, para explotarlas en su beneficio.

Hambrientos y con un arma en las manos, los jóvenes someten permanentemente a sus vecinos y compatriotas a saqueos y asesinatos, alimentando guerras interminables con su trágica secuela de muertes, destrucción y migraciones masivas de población.

 

El señor de la guerra no es sino un antiguo oficial, ministro o miembro destacado del partido gobernante, o bien otro personaje fuerte e implacable, ávido de poder y de dinero, falta de escrúpulos y que, aprovechando el desmoronamiento del Estado (a lo que él mismo ha contribuido y lo sigue haciendo) pretende recortar para sí un miniestado propio, no oficial, donde ejercer un poder dictatorial. Por lo general, el warlord usa para este fin la tribu o el clan a que pertenece. Y no son sino los señores de la guerra los que siembran en África el odio racial y tribal. Aunque, eso sí, sin reconocerlo jamás. Siempre, se proclamarán líderes de un movimiento o partido de carácter nacional. Lo más común es que se hable de un Movimiento de Liberación de Esto y Aquello, o de un Movimiento en Defensa de la Democracia o de la Independencia. Nada por debajo de tamaños ideales.

¿Qué hace un warlord? Teóricamente lucha contra otros warlords. Aunque no siempre tiene que ser así. Lo más común es que de dedique a saquear a una población indefensa, la de su propio país. Es lo contrario de Robin Hood. Robin Hood quitaba a los ricos para dárselo a los pobres. El warlord quita a los pobres para enriquecerse a sí mismo y para alimentar a su horda. Nos movemos en un mundo en que la miseria condena a muerte a unos y convierte en monstruos a otros. Los primeros son las víctimas y los segundos, los verdugos. No hay nadie más.

 

El comercio de esclavos dura cuatrocientos años, empieza en el siglo XV y ….¿termina? Oficialmente en la segunda mitad del siglo XIX, aunque en algunas ocasiones dura más: por ejemplo, hasta 1936 en Nigeria del Norte. Dicho comercio ocupa un lugar central en la historia de África. Millones (entre 15 y 30: existen diversos cálculos) de personas fueron secuestradas y transportadas más allá del Atlántico en condiciones terribles. Se estima que durante un viaje así (de dos a tres meses de duración), moría de hambre, asfixia y sed casi la mitad de los esclavos; hubo casos en que murieron todos. Los supervivientes trabajaban más tarde en las plantaciones de caña de azúcar y de algodón en Brasil, en el Caribe y en los Estados Unidos, construyendo la riqueza de aquel hemisferio. Los traficantes de esclavos (principalmente portugueses, holandeses, franceses norteamericanos, árabes y sus socios africanos) despoblaron el continente y lo condenaron a una existencia vegetativa y apática: incluso ya en nuestros tiempos, grandes superficies de aquella tierra seguían despobladas y se habían convertido en desiertos. Hasta hoy día África no se ha desprendido de esta pesadilla ni ha levantado cabeza tras semejante desgracia.

 

Desde un punto de vista formal, el colonialismo reina en África desde la Conferencia de Berlín de 1885. Pero en realidad, la penetración colonial había empezado mucho antes, en el siglo XV y floreció a lo largo de los siguientes quinientos años. El comercio de esclavos africanos, que se prolongó durante trescientos años fue la fase más brutal y abyecta de aquella conquista. Trescientos años de batidas, redadas, persecuciones y emboscadas que organizaban los blancos, a menudo con ayuda de compinches africanos y árabes.

 

En 1821, en un lugar de Monrovia atracó un barco procedente de Norteamérica que traía a bordo a un tal Robert Stockton, un agente de la American Colonization Society. Stockton, encañonando con su pistola una sien del rey Peter, el jefe de la tribu, lo obligó a venderle – a cambio de seis mosquetones y una caja de abalorios – la tierra que la mencionada compañía americana se disponía a poblar con aquellos esclavos de las plantaciones de algodón (principalmente de los estados de Virginia, Georgia y Maryland) que habían conseguido el estatus de hombres libres. La compañía de Stockton tenía un carácter liberal y caritativo. Sus activistas creían que la mejor indemnización por las sevicias de la esclavitud consistía en enviar a los antiguos esclavos a la tierra de donde procedían sus antepasados: a África.

… Siguen llegando contingentes de antiguos esclavos y cuando en 1847 proclamaron la creación de la República de Liberia, esta no contaba con más de seis mil habitantes. Es posible que su número nunca haya superado una veintena escasa de miles: menos del uno por ciento de la población del país.

Antes que nada, los américo – liberianos declaran que tan sólo ellos son los ciudadanos del país. Al resto – es decir, al noventa y nueve por ciento de la población – le niegan este estatus, este derecho.

Liberia no constituye sino la prolongación del orden establecido por el sistema de la servidumbre, impuesto por la voluntad de los propios esclavos, que no desean destruir un sistema injusto, sino que lo quieren conservar, desarrollar y usar en provecho de sus intereses personales. Salta a la vista que una mente sometida, envilecida por la experiencia de la esclavitud, una mente – en palabras de Milosz – “nacida en la no libertad, encadenada desde el alumbramiento”, no sabe pensar, no sabe imaginarse un mundo libre en el que las personas, todas, también lo fuesen.

 

En África, cada vez que atrapan a un dictador, toda la investigación, las palizas y las torturas giran, invariablemente, en torno a una misma cosa: el número de su cuenta bancaria particular. En la opinión pública local, político es sinónimo de jefe de un gang de delincuentes que hace negocios con el tráfico de drogas y de armas, y pone el dinero a buen recaudo en cuentas abiertas en bancos extranjeros, porque sabe que su carrera no durará mucho, que él mismo acabará teniendo que huir y necesitará medios de vida.

 

Para describir la camisa tendría que echar mano de los críticos de arte, de los posmodernistas caprichosos, del de los especialistas en suprematismo, el visual – art y el expresionismo abstracto. La prenda es nada menos que una obra maestra del patchwork, informel, collage y pop – art, un prodigio de la más viva imaginación de aquellos sastres laboriosos junto a los cuales hemos paseado al venir aquí por la carretera de Kampala. La camisa en cuestión debió pasar por tantas agujas cosiendo remiendos sobre los agujeros, muestra tantos retazos de telas de textura, estampado y grosor de lo más diversos, que no hay manera de adivinar de qué color era y de qué tejido estaba hecha la prenda original, aquella primera tataracamisa que dio comienzo al largo proceso de cambios y modificaciones cuyo efecto se extiende hoy ante Apolo, sobre su tabla de planchar.

 

En un sólo año, el de 1960, diecisiete países de África habían dejado de ser colonias. Y este proceso seguía, aunque ya a una escala menor.

 

El relato de Kapuscinski resulta durísimo en conjunto, desesperanzado al no encontrar soluciones que mejorasen  en el futuro la vida de los africanos, sometidos a tiranos, desnutridos y enfermos, vagando interminablemente de un lugar a otro. Entre tanto dolor, aporta detalles hermosos, como el de la tataracamisa citado, que el lector agradece.

 

                                              El Emperador

 

El Emperador trata sobre Haile Selassie, emperador de Etiopía durante 58 años, desde 1916 a 1974. Monarca absoluto, gobernó sin escribir nada, ni siquiera firmar un papel. Odiaba que se escribiera la historia de Etiopía. Cada día impartía justicia durante una hora y otra la dedicaba a repartir o remover cargos públicos. Se jactaba de ser Rey de Reyes y descendiente en línea directa de Salomón, pero llegó al poder tras un golpe de Estado que derribó a su hermano, legítimo heredero.

Dueño de palacios, tierras y empresas del país, la economía dependía absolutamente de su persona, como la justicia y la policía. Cada día se acercaban a su palacio en demanda de ayudas numerosos peticionarios. El Emperador les recibía sentado en su trono y un ministro de economía con un saco de monedas y billetes permanecía a su lado, de pie. El pedigüeño se acercaba y desgranaba en el oído del emperador sus demandas. Luego se retiraba unos pasos y esperaba. El emperador hablaba, también al oído, a su encargado y al terminar, este ponía monedas y billetes en un sobre que entregaba al peticionario. Este se retiraba, caminando hacia atrás porque nunca se podía dar la espalda al Emperador.

Cuando se encontraba fuera de la estancia observaba con avidez el contenido del sobre. Generalmente prorrumpía en denuestos por la diferencia entre lo pedido y lo concedido por el Emperador. Las culpas recaían siempre sobre el ministro, nunca sobre el emperador.

También había un ministro de la Pluma, encargado de transcribir cuanto le decía el emperador. Cada día recibía testimonios orales de los encargados de su servicio secreto, que le informaban de cuanto sucedía en el país.

El libro se basa en testimonios anónimos muy detallados de palaciegos que ocuparon cargos relevantes en la corte. Kapuscinski los obtuvo tras la revolución que derribó al emperador en 1974.

De los testimonios recolectados destaca un detalle importante: las expresiones admirativas y genuflexas con las que todos se refieren al emperador. Recogeré sólo algunas: Su Bondadosa Majestad, Venerable Señor, Nuestro Señor, Magnánimo Señor, Nuestro Más Extraordinario Señor, Venerable Soberano, Incansable Señor, Venerable Majestad, Clemente Señor, Todopoderoso  Soberano, Perspicaz Señor, Nuestro Bienhechor, Misericordioso Señor, Su Suprema Majestad, Su Distinguida Majestad, Su Precavida Majestad, Ilustrísimo y Más Extraordinario Señor.

 

El propio Emperador había llegado al poder gracias a un compló. En mil novecientos dieciséis, ayudado por embajadas occidentales, había dado un golpe de Estado y desplazado al legítimo heredero del trono, su propio hermano Lydj Iyasn. Ante la inminencia de la invasión italiana había jurado públicamente derramar su sangre por Etiopía y cuando aquella se produjo, se embarcó para Inglaterra y allí pasó la guerra en la tranquila ciudad de Bath. Más tarde nació en él tal complejo frente a los jefes de la guerrilla que sí se habían quedado en el país para luchar contra los italianos, que, al regresar y ocupar de nuevo el trono los fue liquidando o apartando uno a uno al mismo tiempo que otorgaba su favor a los colaboracionistas.

 

Se produjo en palacio un caso insólito, a saber: uno de nuestros patriotas más nobles, gran jefe de la guerrilla en los años de la guerra contra Mussolini, Tekele Wolda Hawariat, nada amigo del Emperador, siempre rehusó aceptar regalos, por muy generosos que fueran, rechazó privilegios y nunca mostró inclinación alguna hacia la corrupción. A éste Nuestro Magnánimo Señor lo tuvo encarcelado largos años y finalmente lo mandó decapitar.

 

Si en alguna parte se había cometido un delito, las fuerzas del orden rodeaban la aldea o pueblo y mantenían a su población sin comer hasta que alguien señalara al culpable. Pero los unos vigilaban a los otros para que nadie delatara a nadie, pues todos tenían miedo de ser declarados culpables; y así, vigilándose mutuamente y agarrados a su vecino, morían de hambre en masa. En  eso consistía el método afarsata. Nuestro Emperador condenaba tales prácticas.

 

Nuestro señor se sentaba en el trono y, una vez hecho esto, yo le colocaba un cojín debajo de los pies… Todos sabemos que Nuestro Señor era de baja estatura y que, por otra parte, el cargo que ostentaba requería que mantuviera una superioridad ante sus súbditos también en un sentido estrictamente físico. Por eso los tronos del Señor tenían los pies altos, al igual que los asientos.

Yo fui el porta – cojín del Bondadoso Señor durante veintiséis años. Nuestro Señor no podía ir sin mí a ninguna parte porque su dignidad continuamente le exigía sentarse en el trono y no lo podía hacer sin el cojín, y el porta – cojín era yo. Cincuenta y dos cojines tenía yo en mi almacén, todos de distinta medida, grosor, material y color. Yo mismo me cuidaba de que las condiciones en que se guardaban fuesen las mejores posible a fin de que no se convirtieran en un nido de pulgas – molesta plaga de nuestro país – , pues las consecuencias de semejante negligencia habrían podido terminar en un desagradable escándalo.

 

Corría el año 1960 cuando Germame fue nombrado gobernador de la sureña provincia de Sidamo. ...empezaron a informar de que Germame aceptaba sobornos y los utilizaba para construir escuelas. Ahora intente imaginarse la desazón de aquellos personajes. Porque es obvio y comprensible que un gobernador recaudara tributos y que los demás dignatarios hicieran otro tanto. El poder genera dinero; siempre fue así desde que existe el mundo. Pero he aquí que aparecía una anomalía: un gobernador que entregaba el tributo para la construcción de escuelas. Y el ejemplo que viene desde arriba es una orden para los subordinados, lo que significaba que ¡todos los gerifaltes debían desprenderse de lo que recaudaban, donándolo para la construcción de escuelas!… a continuación, llegaría el fin del Imperio.

 

El Imperio tenía 30 millones de campesinos y apenas 100.000 gentes de armas, entre soldados y policías. Se destinaba a la agricultura el 1 por 100 de los Presupuestos Generales del Estado, y al Ejército y policía el 40 por 100.

 

En 1968 se produjo una sublevación en la provincia de Godjam. Lo primero que hizo el Perspicaz Señor fue mandar una banda de asesinos a sueldo con la misión de degollar campesinos.

 

En diciembre de 1969 hubo una revuelta estudiantil. En 1973, un periodista inglés obtuvo una película mostrando miles de personas muriendo de hambre en las provincias norteñas. Su exhibición en países occidentales provocó gran indignación contra el Emperador. Haile Selassie fue depuesto en septiembre de 1974.

 

 

                       

 

 

 

 

 

 

 

 

           

                                                EL Sha

                             o la desmesura del poder

 

En 1941, el viejo sha abdica, obligado por las potencias occidentales, en favor de su hijo Mohammed Reza Pahlevi, de 22 años.

La memoria de los iraníes conserva la fecha del golpe – el 19 de agosto de 1953 – como el día de la verdadera subida al trono del sha Reza Pahlevi, una subida acompañada de sangre  y de tremendas represalias.

 

El sha pertenecía a esa clase de personas para las que los elogios, el halago, la admiración y el aplauso generalizado constituyen una necesidad vital, un medio indispensable para reforzar sus naturalezas débiles e inseguras, pero a la vez vanidosas. El monarca iraní no puede vivir sin leer todo el tiempo las mejores palabras que sobre él se han escrito, sin ver su fotografía en la primera página de los periódicos, en la pantalla del televisor e incluso en las cubiertas de las libretas escolares.

 

El petróleo crea la ilusión de una vida completamente diferente, una vida sin esfuerzo, una vida gratis. El petróleo es una materia que envenena las ideas, que enturbia la vista, que corrompe.

La idea del petróleo refleja a la perfección el eterno sueño humano de la riqueza lograda gracias a un azar, a un golpe de suerte, y no a costa de esfuerzo y de sudar sangre. Visto en este sentido, el petróleo es un cuento y, como todos los cuentos, una mentira.

 

El 1973, el sha informa que en dos meses escasos los precios del petróleo se han cuadruplicado, con lo que Irán, al que la exportación de crudo proporcionaba cinco mil millones de dólares al año, ahora recibirá veinte mil. Añadamos que el único administrador de esta gigantesca cantidad de dinero será el mismo sha y que, en un reino que él solo rige, puede hacer con aquella lo que le venga en gana: tirarla al mar, gastársela en helados o enterrarla en un cofre de oro.

 

De momento el sha había hecho compras multimillonarias por el mundo y de todos los continentes habían salido rumbo a Irán barcos repletos de mercancías. Pero cuando llegaron al Golfo, resultó que Irán no tenía puertos (lo que el sha desconocía). Poco a poco fueron descargándose los barcos y entonces resultó que Irán no tenía almacenes (lo que desconocía el sha). Un millón de toneladas de las más diversas mercancías estaban esparcidas por el desierto, a merced del aire y del calor infernal del trópico; la mitad de ellas no servían sino para ser tiradas a la basura. Todas estas mercancías debían llevarse al interior del país, pero resultó que Irán no tenía transportes (lo que desconocía el sha). Así que se trajeron de Europa dos mil camiones, pero entonces resultó que Irán no tenía conductores (lo que desconocía el sha). Se mandaron aviones a Seúl para traer conductores surcoreanos. Arrancaron los camiones y comenzaron a transportar las mercancías. Aunque por poco tiempo, pues los conductores, después de aprender cuatro palabras en persa, en seguida descubrieron que les pagaban la mitad de lo que cobraban los conductores iraníes. Indignados, abandonaron los camiones y volvieron a Corea. Estos camiones, hoy inservibles y cubiertos de arena, siguen en el desierto, en el camino que va de Bender Abbas a Teherán.

 

La Savak (policía secreta) se componía de gente de la peor calaña; por eso, cuando cogían entre sus manos a una persona que tenía la costumbre de leer libros, se ensañaban con ella de una manera especialmente cruel.

La gente no podía soportar por más tiempo aquel terror y por eso se lanzaba a pecho descubierto contra el ejército y la policía. Podrá calificarse esto de desesperación, pero, créame, ya todo nos daba igual. El pueblo entero se alzó contra el sha porque para nosotros la Savak significaba el sha; era sus ojos, sus oídos y sus manos. 

 

El rito de rememorar entre todos al difunto cuarenta días después de su muerte cobra de repente otro cariz. Guiada por un espíritu de creciente oposición, aquella costumbre se convierte en un acto político. Una ceremonia familiar ha empezado a transformarse en manifestación de protesta. Al cuadragésimo día de los acontecimientos de Qom, en muchas ciudades de Irán la gente se reúne en las mezquitas para recordar a las víctimas de la masacre. En Tabriz la tensión alcanza tales dimensiones que desemboca en una sublevación. La multitud se lanza a la calle exigiendo la muerte del sha. Interviene el ejército y ahoga la ciudad en sangre. El balance de la acción es de varios centenares de muertos y miles de heridos. Al cabo de cuarenta días las ciudades se visten de luto: ha llegado la hora de rememorar la masacre de Tabriz. En Isfahan la multitud enfurecida y desesperada de dolor sale a la calle. El ejército rodea a los manifestantes y abre fuego. Otra vez hay muertos… Ocurre lo mismo en Mehed, en Teherán, de nuevo en Teherán. Y, al final, en  casi todas las ciudades.

 

 

La calle Engelob en otoño y en invierno de 1978. Por ella pasan, incesantes, grandes manifestaciones de protesta. Lo mismo ocurre en las demás ciudades de importancia. La rebelión se ha extendido por todo el país. Comienzan las huelgas. Todo el mundo se suma a ellas; la industria y el transporte se paralizan. A pesar de decenas de miles de víctimas, la presión popular aumenta. Pero el sha sigue en el trono; palacio no cede.

 

Dice Kapuscinski: La de Irán era la vigesimoséptima revolución que veía en el Tercer Mundo. ¡Cuánto me recordaban las sedes de los comités iraníes lo que había visto en Bolivia y en Mozambique, en Sudán y en Benín!

 

Irán 1980. Los revolucionarios han tomado el poder y deponen al sha.  

 

 

 

 

                                                EL Imperio

 

La inmensa Unión Soviética: 22 millones de kilómetros cuadrados y 52 repúblicas, extiende sus fronteras a lo largo de cuarenta y dos mil kilómetros, más que el ecuador, constituye para el polaco Kapuscinski el Imperio por antonomasia, algo inabarcable.

Para un polaco que ha visto repartirse su país durante tanto tiempo por la URSS y antes por Rusia, este conglomerado histórico constituye uno de sus odios más profundos, lo que se refleja palpablemente en el libro.

Dentro del mismo, encontramos otro de los testimonios más encantadores sobre la pobreza del reportero y revelador de la carencia de bienes materiales de los habitantes de tantas repúblicas soviéticas.

Se encontraba Kapuscinski en una de ellas y necesitaba un medio de transporte que no encontraba ni podía pagar de ninguna forma. Su situación era desesperada ante una cita para obtener información a la que no podría llegar. Situado en la encrucijada de calles de una ciudad, con coches circulando alocadamente en todas direcciones, se le ocurrió una idea estupenda. Extrajo de su bolsillo un humilde bolígrafo Bic, de los que siempre llevaba buena provisión, alzó su brazo con él a su extremo y esperó. Al poco, un coche dio un frenazo y se detuvo a su lado. Explicó brevemente el polaco adonde quería dirigirse y la hija del conductor tomó el bolígrafo que tanto le había gustado y el padre le condujo en su coche a su destino.

 

Otoño de 1989. Primer encuentro con el Imperio después de años. Estuve aquí por última vez hace más de veinte, a principios de la era Brézhnev. La era Stalin, la era Jruschov, la era Brézhnev. Y antes: la era de Pedro I, Catalina II, Alejandro III. ¿En qué otra parte del mundo la personalidad del soberano, los rasgos de su carácter, sus manías y fobias imprimen una huella tan profunda en el curso de la historia del país, en sus momentos de esplendor y decadencia?

 

El zar era considerado Dios, además en el sentido estricto de la palabra. Durante cientos de años, a lo largo de toda la historia de Rusia.

 

La vista de la plaza de San Petersburgo, su concepción, plano y composición entrañan una profunda simbología que nos desvela más misterios del país que decenas de tratados y manuales. A saber: la plaza es la ejemplificación del carácter y de la estructura del poder. El Palacio de Invierno, residencia del soberano, simboliza su forma suprema, y su brazo derecho, único y el más importante, no es un poder espiritual (no se ve aquí ninguna iglesia ortodoxa) ni un poder representativo (no se ve el edificio de ningún parlamento), sino el ejército, la fuerza armada (la sede del Estado Mayor).

El monarca y su ejército: ¿será por eso por lo que el águila rusa, escudo y símbolo del Estado, es bicéfala?

 

De 1931 a 1933 Stalin dirigió la acción de matar de hambre a diez millones de personas en Ucrania. Teniendo en cuenta el estado de la técnica en la época, matar a diez millones de personas no era tarea fácil. Aún no se conocían las cámaras de gas ni las armas de destrucción masiva.

 

Importante para Moscú, la situación estratégica de Bielorrusia ha hecho que tanto los zares como los bolcheviques aplicaran aquí una metódica, brutal y contundente política de rusificación. En los años treinta fue fusilada o desterrada casi toda la intelligentsia bielorrusa. Las masacres fueron organizadas por el georgiano Tsanava, hombre de confianza de Beria. Se acusaba a las victimas de ser agentes de Polonia. Moscú pretendía que Bielorrusia quedase habitada por una población rusohablante, aunque no lo fuera por el pueblo ruso, con tal de que fuera rusohablante.

 

Un pueblo desprovisto de Estado busca salvación en los símbolos. La preservación del símbolo cobra para él tanta importancia como la defensa de las fronteras. El culto al símbolo se convierte en el culto a la patria. Es un acto de patriotismo. No es que los armenios nunca hayan tenido Estado. Sí lo tuvieron, pero fue destruido en la antigüedad. Si bien renació en el siglo IX, después de ciento sesenta años de existencia volvió a desaparecer – en su forma antigua –  ya para siempre.

 

En Azerbaiyan los nombres de las muchachas siempre están llenos de significado; los padres dan mucha importancia a la elección del nombre. Gulnara significa flor; Nargris, narciso; Bahar, primavera; Aydyn, clara. Sevil es el nombre que se pone a la muchacha que ha enamorado a alguien. Después de la revolución la gente empezó a poner a las niñas nombres de las cosas modernas que llegaban al campo. De ahí que haya muchachas que atiendan a nombres de Tractor, Naranjada, Chófer…

 

Llega el año decisivo de 1991, que entrará en los anales de la historia contemporánea del mundo.

Gorbachov debe de sentirse cada vez más abandonado. Sigue gozando de una gran popularidad en Occidente, que quiere tener buenas relaciones con los mandatarios del Kremlin, aunque bajo una condición: que sean simpáticos, que sonrían, que vistan bien, que tengan sentido del humor, que se muestren relajados, bienhumorados y amables. Sólo al cabo de seiscientos años ha aparecido un hombre de estas características: Gorbachov. Londres y París, Washington y Bonn, todos abren los brazos, felices. ¡Qué descubrimiento! ¡Qué alivio!

El 25 de diciembre Gorbachov dimite del Cargo de presidente de la URSS. Arrían en el Kremlin la bandera roja con la hoz y el martillo. La URSS deja de existir.

 

 

 

 

 

 

 

                                                Un día más con vida

 

Narra este libro la historia de Angola, colonia portuguesa, durante los meses previos al abandono del último contingente militar portugués y la proclamación de independencia del país bajo el nombre de República Popular de Angola el 11 de noviembre de 1975.

Tres movimientos guerrilleros se disputaban el poder antes de la proclamación de la República. Sus nombres eran: FNLA, Frente Nacional para la Liberación de Angola (al mando de Holden Roberto), MPLA, Movimiento Popular para la Liberación de Angola (Agostinho Neto) y UNITA, Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (Jonas Savimbi).

 

El libro parece una novela de suspense, que los latinos de habla española han rebautizado como “suspenso”, un término escolar que me choca referido a situaciones de intriga, miedo y desorientación. Yo preferiría traducirlo por situaciones o hechos que te mantienen “en suspenso”. La primera parte del relato me recuerda las novelas inquietantes de Patricia Highsmith, con muertos y misterio. Sabes que el protagonista no puede morir, o no habría relato, pero temes constantemente por su vida en peligro.

 

Para mí, las nueve era el momento más importante del día, una experiencia única que se repetía noche tras noche. No dejé de escribir ni un solo día, escribía llevado por un impulso de lo más egoísta, me obligaba a romper mi parálisis y depresión internas para redactar un texto, por más breve que fuera, y a mantener la comunicación con Varsovia, que era lo único que me salvaba de la soledad y del sentimiento de abandono.

 

La tarea de golpear la mandioca hasta convertirla en una masa dura, crujiente y blanca ocupa a la mujer africana la mitad de su vida. La otra mitad está destinada a embarazos y partos. En algunos lugares, junto a los pozos, ya se habían constituido colas de gente que iba a buscar agua. En otros, la de la que iba a buscar pan.

 

La historia del azúcar y la de la esclavitud se funden en un mismo capítulo de la historia del mundo. África – sobre todo Angola – se convierte en el principal proveedor de esclavos. Según estimaciones de historiadores provenientes de territorios que forman parte de la Angola actual, el número de deportados asciende a tres o, incluso, a cuatro millones de personas.

 

La gente huía de Angola como se huye de la peste inminente o del aire fétido que no se ve pero que siembra la muerte. Luego vendría el viento, y la arena borrará las huellas del último hombre.

¿Tú te crees eso?, le he preguntado a Arturo. No, él no se lo cree, pero, aún así, prefiere marcharse. ¿Y usted, dona Cartagena, se cree usted eso? Sí, dona Cartagena está convencida. Si nos quedamos hasta noviembre (de 1975) no lo contaremos. Y la anciana, con gesto enérgico, se pasa el dedo por el cuello, sobre el cual su uña deja una marca roja.

 

Cada encuentro con un puesto de control se compone de: a) una parte explicativa, b) una negociación y c) una conversación entre amigos. Al puesto hay que acercarse lentamente y detenerse a una distancia prudencial. Los frenazos y el chirrido de los neumáticos son un mal comienzo: a los guardias no les gustan las payasadas. A continuación, nos bajamos del coche y nos aproximamos al lugar donde el camino está cortado por la barrera, un bidón de gasolina vacío, un montículo de piedras, un tronco de árbol o un aparador. Si nos encontramos en una zona cercana al frente, las piernas nos tiemblan de miedo y el corazón se nos sube a la garganta. Y es que no sabemos quién ha montado el puesto: ¿el MPLA?, ¿el FNLA?, ¿UNITA?

 

En este momento tenemos que hacer acopio de todo nuestro valor para decir esa palabra que decidirá nuestra vida o nuestra muerte:

- ¡Camarada!

Si los guardias son hombres de Agostinho Neto, que se saludan con la palabra camarada, seguiremos con vida. Pero si resultan ser hombres de Holden Roberto o de Jonas Savimbi, que se saludan con la palabra “irmao” (hermano), habremos llegado al final de nuestra existencia terrenal.

 

Plana mayor del partido FNLA, Frente Nacional para la Liberación de Angola, dirigido por Holden Roberto: Holden Roberto, presidente, nacido en Sao Salvador; John Edouard Pinock, nacido en Sao Salvador, primo de Holden; Sebastiao Roberto, nacido en Sao Salvador, hermano de Holden; Joe Petersen, nacido en Sao Salvador, cuñado de Holden; Narciso Nenaka, nacido en Sao Salvador, tío de Holden; Simao de Freitas, nacido en Sao Salvador, sobrino de Holden; Eduardo Vieira, nacido en Sao Salvador, primo de Holden.

 

Volvíamos tranquilizados al coche cuando Nelson de repente se detuvo, alzó los hombros y dijo: Un día más con vida, pues a partir de allí el camino estaba libre hasta la misma Benguela, y empezó a hacer ejercicios de gimnasia, y tras él, todos nosotros, Bota con un equilibrio muy precario y un continuo vaivén de su cuerpo, inclinándose ya a un lado ya al otro, nosotros, en cambio, con brío y energía...

 

Años 1976 – 2000. La guerra sigue. Se trata de uno de los conflictos armados más largos de cuantos se dirimen en el mundo contemporáneo. ¿Ha cambiado algo en su imagen? Lamentablemente, poco. Bueno, sí: se han marchado los cubanos. También los sudafricanos se han ido. Pero allí siguen los habitantes de aquella tierra. Angola es su país. Un país dividido, despedazado y destruido por una guerra civil cuyo gobierno lleva más de dos décadas luchando contra la rebelión de Jonas Savimbi.

 

 

 

 

 

                                                Viajes con Heródoto

 

Se trata de un libro iniciático, donde el autor narra los comienzos de su periplo vital y nos permite conocerle más profundamente. Kapuscinski comenzó escribiendo en un periódico polaco de Varsovia y un buen día expresó su deseo de viajar al extranjero. Un año después, olvidado su deseo inicial, se vio sorprendido por la noticia de que le enviaban al extranjero: ¡a la India!

Cuando le envió a este destino, la redactora jefe de su periódico le regaló las Historias de Heródoto (más conocido como Los nueve libros de la Historia), que vivió en el siglo V a. C. y recorrió el mundo conocido entonces.

Mantuvo Heródoto una insaciable curiosidad por conocer los pueblos del mundo y narra sus costumbres, la naturaleza donde viven, su manera de enfrentarse a la vida y a la muerte, sus características raciales, sus dioses y creencias, las guerras entre pueblos. Todo lo que veían sus ojos o lo contaban quienes lo habían visto.

Esa curiosidad une definitivamente al polaco con el griego, Padre de la Historia, veinticinco siglos después.

Kapuscinski le rinde homenaje citando textualmente la primera frase de su libro, que como sabe todo periodista, define el contenido del reportaje o la noticia:

“Heródoto de Halicarnaso va a presentar aquí frutos de sus investigaciones llevadas a cabo para impedir que el tiempo borre la memoria de la historia de la humanidad, y menos que lleguen a desvanecerse las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como de los bárbaros. Con este objeto refiere una infinidad de sucesos varios e interesantes, y expone con esmero las causas y motivos de las guerras que se hicieron mutuamente los unos a los otros”.

 

Hablando de Heródoto, Kapuscinski se encuentra y define a sí mismo:

 

Estaba ocupado en sus viajes, en hacer preparativos para los mismos, y luego en seleccionar y ordenar el material recopilado. Al fin y al cabo, el viaje no comienza cuando nos ponemos en ruta ni se acaba cuando alcanzamos el destino. En realidad empieza mucho antes y prácticamente no se acaba nunca porque la cinta de la memoria no deja de girar en nuestro interior por más tiempo que lleve nuestro cuerpo sin moverse de sitio. A fin de cuentas, lo que podríamos llamar <contagio de viaje> existe, y es, en el fondo, una enfermedad incurable.

 

¿Cómo trabaja Heródoto?

Es un reportero nato: viaja, observa, habla con la gente, escucha sus relatos, para luego apuntar todo lo que ha aprendido o, sencillamente, recordado.

El objetivo del viaje: reunir más información acerca de un país, de sus gentes y costumbres o comprobar la veracidad de los datos ya reunidos. Pues Heródoto no se contenta con lo que alguien le ha dicho, sino que intenta comprobarlo todo, contrastar las versiones oídas, formarse una opinión propia.

 

Heródoto sabe que la fuente más importante de conocimiento es la memoria de sus interlocutores, pero es consciente de que esta es frágil, cambiante y etérea, un punto que se desvanece.

Al saber que se mueve por un terreno tan incierto e inestable, se muestra muy cauto en sus relatos, siempre se cura en salud, no cesa de subrayar sus reservas:

que nosotros sepamos, según dicen, que yo sepa, según creo, lo que supe por boca de, lo que cuentan, no sé si es verdad, sólo escribo lo que se dice, no puedo decir de fijo. Me limito a referir lo que dicen los propios libios. Según cuentan los tracios…

 

El ser humano sabe que la memoria es lábil y etérea, y que si no anota sus conocimientos y experiencias de una manera más estable acabará por desaparecer sin rastro todo lo que lleva dentro. De ahí que todo el mundo desee escribir un libro. Cantantes y futbolistas, políticos y millonarios. Y si ellos mismos no saben hacerlo o no tienen tiempo, se lo encargan a otro. Sobre todo porque la escritura parece una ocupación fácil y sencilla. Los que así lo creen pueden apoyarse en la frase de Thomas Mann según la cual <el escritor es aquel al que escribir le resulta más difícil que a las demás personas>.

 

Jerjes, rey de Persia, tenía cincuenta y seis años cuando, en el año 465 a. C. , lo mató el jefe de su guardia personal, Artábano, quien luego hizo rey a Artajerjes, hermano menor del rey asesinado. Este mató más tarde al susodicho Artábano en una pelea cuerpo a cuerpo en que un buen día se habían enzarzado en el palacio. Al hijo de Artajerjes, Jerjes II lo mató en el año 425 su hermano Sogdiano, quien más tarde sería asesinado por Darío II, etcétera, etcétera.

 

A medida que avanzaba en su lectura, encontraba en Heródoto un alma hermana. Creo que le movía la curiosidad por el mundo. El deseo de estar allí, ver todo aquello a cualquier precio y vivirlo en carne propia.

El libro de Heródoto es el primer gran reportaje de la literatura universal.

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Eloy: Tu escrito está "muy poco" documentado. En serio, una delicia leerlo, solo te falta describir de los personajes sus momentos íntimos; para mí ha supuesto una buenísima y enriquecedora lección de historia; en definitiva ¡fantástico!

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  2. Magnífico trabajo Eloy, nos ilustras con profundidad y criterio sobre estos dos personajes, aunque tengo que decirte que el Kapuscinski de un día más con vida me resultó un tanto afixiante.
    Felicidades, y a ver si de una vez llega el momento que podamos compartirlo en Serrano 127.
    Francis Gponzález

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