...POR ELOY MAESTRE
Heródoto y Kapuscinski: dos
reporteros
Entre el griego Heródoto, Padre de la Historia, y
el polaco Kapuscinski, reportero único e inigualable, transcurren veinticinco
siglos. Les une a ambos su ansia por visitar lugares desconocidos y contarnos
lo que ven y lo que oyen. Son dos grandísimos reporteros, aunque en tiempos de
Heródoto no existiera la palabreja.
El polaco admiraba a Heródoto de la misma manera
que todos los periodistas admiramos a Kapuscinski. Por ese motivo, quiero ahora
unir ambas figuras de relevancia mundial.
Heródoto, Padre de la
Historia
Cicerón señala a Heródoto (484 – 425 a. C.) como
Padre de la Historia que escribió en su lengua jónica, la ateniense, como
Sófocles y Eurípides, autores de tragedias griegas.
La editorial Lumen publicó en 1981 los Nueve
libros de la Historia, de Heródoto, en una espléndida traducción de la filóloga
argentina María Rosa Lida. Es autora, asimismo, de un extenso y documentado
estudio, cercano a las cien páginas, sobre el significado de esta obra magna en
el mundo antiguo y moderno. Sin dicho estudio no se entendería cabalmente la
obra de quien vivió en el siglo V a. C.
La división en nueve libros probablemente se
remonte a la Biblioteca de Alejandría, número que llevó a dar a cada libro el
nombre de una musa.
La explicación más graciosa de ello la sitúa la
traductora en el epigrama de la Antología griega:
Heródoto a las Musas dio hospedaje
y cada Musa en pago le dio un libro
Libro primero: Clío. Libro segundo: Euterpe. Libro
tercero: Talía. Libro cuarto: Melpómene
Libro quinto: Terpsícore. Libro sexto: Erato.
Libro séptimo: Polimnia. Libro octavo: Urania. Libro noveno: Calíope
Los viajes de Heródoto comprenden la totalidad del
mundo conocido en su época: la mayoría
de las zonas bañadas por el mar Mediterráneo, Asia Menor, Mar Negro y Escitia,
Persia y Babilonia, Grecia y la Magna Grecia. Pone especial énfasis en Egipto y
en el imperio persa, contra el que combatieron Atenas, Esparta y otras ciudades
griegas en su época.
Las Tres Guerras Médicas (490 a 449 a. C.) ocupan
buena parte del libro. Llamadas así por los medos, a quienes el ejército persa
derrotó y luego lucharon como vasallos con ellos y otros aliados en dichas
guerras bajo el mando de los reyes persas.
El Imperio aqueménida de Persia tuvo a Darío I
(522 – 486 a. C.) como protagonista de la Primera Guerra Médica, a Jerjes I
(486 – 465 a. C.) de la Segunda, y a Artajerjes I (465 – 424 a. C.) de la
Tercera.
La Primera Guerra Médica ofrece como hecho
relevante la batalla de Maratón (490 a. C.) precedida de la famosa carrera
hasta Atenas, superior a los 42 km, cuyo recuerdo se perpetuó en los Juegos
Olímpicos. En dicha batalla terrestre, Milcíades, al mando de atenienses y
guerreros de otras ciudades aliadas, venció al ejército persa con su rey Darío
I al frente.
En la Segunda Guerra Médica, librada como la
primera ante la invasión persa del territorio griego, el ejército del rey
Jerjes I vence en las Termópilas (480 a. C.) al dirigido por el rey espartano
Leónidas I, que agrupaba fuerzas de Esparta y otras ciudades griegas aliadas.
Leónidas resistió varios días en el estrecho paso
que impedía maniobrar al inmenso ejército persa, hasta que fue traicionado por
un lugareño que mostró a los persas una senda que les permitió atacar por la
retaguardia a la fuerza griega. Enterado el espartano de su derrota segura,
mandó retirarse a la mayor parte de su ejército, permaneciendo él con sólo 300
espartanos, 700 tespios, 400 tebanos y tal vez algunos cientos más, que
perecieron en su totalidad, causando antes 10.000 muertos al ejército persa. La
flota ateniense y sus aliados vencieron a los persas en la batalla naval de
Salamina (480 a. C.), y los derrotaron de nuevo en la decisiva batalla
terrestre de Platea (479 a. C.) poniendo fin a la invasión persa.
En la Tercera Guerra Médica, el ejército persa al
mando de Artajerjes I es derrotado en la batalla del río Eurimedonte, en el año
467 a. C. Pericles (protagonista del Siglo de Oro de Atenas), en nombre de su
ciudad y del resto de aliados griegos, obliga a Persia a firmar la Paz de
Calias en 448 a. C. con duras condiciones que cumplir en el futuro. Con ella,
consiguió dar fin a los conflictos armados entre ambos pueblos.
El Helesponto de la Grecia clásica es el estrecho
de Dardanelos, en la actual Turquía, y separa Europa de Asia. Por su situación
estratégica fue testigo de numerosos conflictos armados a lo largo de la
historia. El estrecho permite conectar el Mar Negro, con el gigante ruso en sus
orillas, con el mar Mediterráneo. Por todo ello, es una de las vías marítimas
más transitadas y peligrosas del mundo.
Del pasado belicoso de las ciudades griegas,
tomadas como unidades administrativas, políticas y económicas, que llegaban a
firmar acuerdos y alianzas con otras ciudades, a veces rotos para entablar
nuevas guerras, da continua reseña el gran Heródoto. Atenas y Esparta, a veces
aliadas y otras enemigas, sobresalieron por su pujanza entre todas. La venganza
ocupa un lugar primordial en la historia antigua griega, y numerosas guerras se
promueven para vengar ofensas anteriores, que ocasionan nuevas ofensas y a
estas siguen otras, cerrándose el círculo infernal.
También informa Heródoto de las costumbres de los
pueblos que visitó o que le dieron noticia cierta, de los sacrificios hechos a
los dioses y de sus templos, de los presagios de los adivinos, temidos y
respetados hasta el punto de que ninguna guerra se emprendía si los presagios
no resultaban favorables. Los dioses resultaban inexplicables para los persas,
y los ejércitos de sus reyes llevaban adivinos (como los de los griegos) que
decidían en cada momento las tácticas guerreras, si convenía atacar o
retirarse.
Los romanos heredaron, además de otras creencias
griegas y numerosos dioses, la necesidad del vaticinio y marcaban los días como
fastos, cuando se podían comenzar empresas belicosas o de cualquier otra
índole, y nefastos, cuando había que mantenerse quietos y no hacer nada.
Las continuas guerras, exterminios de población, y
tala continua de bosques para construir barcos o por motivos tácticos de
guerra, derivaron en desertización y pobreza del territorio griego y sus islas
que se ha mantenido hasta el presente.
Los Nueve Libros de la Historia. Su párrafo inicial resulta
muy significativo:
Esta es la exposición de las investigaciones de
Heródoto de Halicarnaso, para que no se desvanezcan con el tiempo los hechos de
los hombres, y para que no queden sin gloria grandes y maravillosas obras, así
de los griegos como de los bárbaros, y, sobre todo, la causa por la que se
hicieron guerra.
La gran filóloga nos da las claves para entender
el libro y comprender a su autor, insigne viajero cuando los viajes eran tan
difíciles, largos y penosos.
Define así a Heródoto: Su insaciable
interrogar, inquirir, investigar, son verbos repetidos en la narración
herodotea. Sin duda alguna la raíz de esa simpatía que Heródoto despierta en
los demás es la simpatía que él mismo profesa a todo.
Por fidelidad a la ley patria, Atenas se pone a la
cabeza de la lucha por la independencia griega, que no es guerra de fronteras
ni de dominio, sino guerra para salvar la individualidad de una nación.
El ciudadano de un pequeño estado sometido al Gran
Rey, que lucha por establecer la libertad y se traslada de extremo a extremo de
los mares griegos, va a ser, por desasido de todo localismo, el veraz
retratista de la gran contienda por la independencia griega, y une a su sin par
objetividad su ávida observación y su siempre alerta sentido humorístico ante
la comedia humana.
Concluye Lida su estudio:
Libro juvenil, entre cuantos dejó Grecia, es este
que expone lo que investigó Heródoto de Halicarnaso, y de sus viejas páginas,
poéticas y razonadoras a la vez, se esparce inextinguible el aroma de su
belleza y su verdad, no menos grato que aquellas auras divinamente olorosas
que, según su propio testimonio, espira la remota Arabia feliz.
Algunas citas del libro nos ayudarán a valorar el
estilo de Heródoto, comenzando por una advertencia:
Por mi parte, debo contar lo que se cuenta, pero
de ninguna manera debo creérmelo todo, y esta advertencia mía valga para toda
mi narración; ya que también se cuenta que los argivos fueron los que llamaron
al persa contra Grecia, por hallarse sus armas malparadas por los lacedemonios
y por desear cualquier cosa antes que la presente aflicción.
Enterado Ciro de que era Creso caro a los dioses y
hombre de bien, le hizo bajar de la hoguera y le interrogó de este modo: Creso,
¿quién te indujo a emprender una expedición, contra mi tierra, y a mostrarte
enemigo en lugar de amigo mío? Creso respondió: Rey, yo lo hice movido por tu
dicha y mi desdicha. De todo tiene la culpa el dios de los griegos que me
impulsó a atacarte. Porque nadie es tan necio que prefiera la guerra a la paz:
en ésta los hijos entierran a sus padres, y en aquélla los padres a los hijos.
Pero quizá los dioses quisieron que así sucediese.
Los lidios tienen costumbres parecidas a las de
los griegos, salvo que prostituyen a todas sus hijas. Fueron los primeros, que
sepamos, que acuñaron monedas de oro y plata, y los primeros que tuvieron
comercio al menudeo. Afirman los mismos lidios que también fueron invento suyo
los juegos que practican ellos y los griegos.
De este modo, pues, Astiages, después de reinar
treinta y cinco años, fue depuesto del trono, y por su crueldad los medos
cayeron bajo el dominio de los persas, habiendo dominado el Asis que se halla
más allá del río Halis, por ciento veintiocho años, fuera del tiempo en que
mandaron los escitas.
De todos los hombres los persas son los que más
adoptaron las costumbres extranjeras. En efecto, llevan el traje medo,
teniéndolo por más hermoso que el suyo, y para la guerra el peto egipcio; se
entregan a toda clase de deleites que llegan a su noticia; y así de los griegos
aprendieron a tener amores con muchachos. Cada cual toma muchas esposas
legítimas y mantiene muchas más concubinas.
Estos foceos fueron los primeros griegos que
hicieron largas navegaciones y son los que descubrieron el Adriático, la
Tirrenia, la Iberia y Tarteso; no navegaban en naves redondas, sino en naves de
cincuenta remos.
Acerca del Nilo baste lo dicho. Paso a hablar de
Egipto con detenimiento, pues comparado con cualquier otro país, es el que más
maravillas tiene y el que más obras presenta superiores a todo encarecimiento.
Todos los egipcios sacrifican toros y terneros
puros, pero no les es lícito sacrificar las hembras, por estar consagradas a
Isis. La imagen de Isis es una mujer con astas de buey, tal como los griegos
pintan a Ío; y los egipcios todos a una veneran a las vacas muchísimo más que a
todas las bestias de ganado.
Pues entonces, por haber curado completamente a
Darío, tenía Democedes en Susa una casa muy grande, era comensal del rey y, a
excepción de una sola cosa, el retorno a Grecia, disponía de todo lo demás. Los
médicos egipcios que atendían antes al rey iban a ser empalados por haber sido
vencidos por un médico griego, pero él intercedió ante el rey y les salvó;
también salvó a un adivino eleo, que había seguido a Polícrates y estaba
abandonado entre los esclavos. Era gran persona Democedes ante el rey.
Luego, una vez colocado el cadáver del rey en su
tumba, sobre un lecho, clavan a uno y otro lado del cadáver unas lanzas y sobre
ellas tienden maderas que luego cubren con cañizo de mimbres. En el amplio espacio
de la tumba entierran a una de sus concubinas, a la que han estrangulado, como
también a su copero, a su cocinero, su caballerizo, su criado, su recadero, sus
caballos, primicias de todas las cosas, y unas copas de oro, pues no usan para
nada plata y bronce.
Los jonios entraron en consejo. El parecer de
Milcíades de Atenas, general y señor del Quersoneso del Helesponto, era
obedecer a los escitas y libertar a la Jonia.
Los que hicieron esa votación y gozaban de la
estima del rey eran los tiranos de las ciudades del Helesponto: Dafnis de
Habido, Hipoclo de Lámpsaco, Herofanto de Pario, Metrodosio de Proconeso,
Aristágoras de Cícico y Aristón de Bizancio: éstos eran los del Helesponto. De
Jonia eran Estratis de Quío, Eaces de Samo, Leodamente de Focea e Histieo de
Mileto, cuyo parecer fue el propuesto contra el de Milcíades. De Eolia el único
hombre de cuenta que estaba presente era Aristágoras de Cima.
Iban en aumento los atenienses; pues no en una
sino en todas las cosas se muestra cuán importante es la igualdad, ya que los
atenienses, cuando vivían bajo un señor, no eran superiores en las armas a
ninguno de sus vecinos, y librados de sus señores, fueron con mucho los
primeros. Ello demuestra, pues, que cuando estaban sometidos, de intento
combatían mal, como que trabajaban para un amo, pero una vez libres, cada cual
ansiaba trabajar para sí.
Así pues, parece que es más fácil engañar a muchos
que a uno solo: pues no habiendo podido engañar al lacedemonio Cleómenes, que
era uno solo, pudo hacerlo con treinta mil atenienses.
Los atenienses llegaron a Mileto con veinte naves,
y trayendo consigo cinco trirremes de Eretia, que no militaban en obsequio de
los atenienses, sino de los mismos milesios, en pago de una deuda. Porque
anteriormente los milesios habían socorrido a los eretrios en la guerra contra
los calcideos, cuando los samios auxiliaron a los calcideos contra eretrios y
milesios. Cuando éstos, pues, llegaron y estuvieron presentes los demás
aliados, emprendió Aristágoras una expedición contra Sardes.
Dicen que cuando llegaron los escitas a este fin
tuvo Cleómenes demasiado trato con ellos y, tratándoles más de lo debido,
aprendió a beber vino puro, y por ese motivo creen los espartanos que se volvió
loco. Desde entonces, según ellos mismos dicen, cuando quieren beber más fuerte
dicen: Sirve a lo escita.
En esa batalla de Maratón murieron unos seis mil
cuatrocientos bárbaros y ciento noventa y dos atenienses; tal es el número de
los que cayeron de una y otra parte.
Mardonio dice a Jerjes, rey de los persas,
hablando de los griegos y la expedición contra ellos: Terrible cosa en verdad
sería que nosotros, que hemos sometido y tenemos por esclavos a los sacas,
indos, etíopes, asirios y otras muchas grandes y populosas naciones que no
agraviaron en nada a los persas, sólo por el deseo de aumentar nuestro poderío,
no castiguemos a los griegos, que abrieron las hostilidades. ¿Por qué temerles?
¿Qué muchedumbre pueden juntar? ¿De qué
riqueza disponen?
Conocemos su modo de combatir; conocemos cuán débil
es su poder. Hemos sometido y poseemos a sus hijos, esos que viven en nuestros
dominios y se llaman jonios, eolios y dorios. Yo mismo hice ya la prueba cuando
por orden de tu padre marché contra esos hombres; había avanzado hasta
Macedonia y, faltándome ya poco para llegar a la misma Atenas, nadie me
presentó batalla.
Tendidos ya los puentes, sobrevino una fuerte
borrasca que rompió y deshizo todo aquello. Cuando se enteró Jerjes, indignado
contra el Helesponto, mandó darle con látigo trescientos azotes y arrojar al
mar un par de grillos. Y hasta oí también que envió al mismo tiempo unos
verdugos para que marcasen con estigmas al Helesponto. Lo cierto es que ordenó
que al azotarle, le cargasen de baldones bárbaros e impíos: <Agua amarga,
este castigo te impone nuestro Señor porque le ofendiste sin haber recibido de
él ofensa alguna. El rey Jerjes te atravesará, quieras o no. Con razón nadie te
hace sacrificios, pues eres un río turbio y salado>. Mandó, pues, castigar
al mar, y cortar la cabeza a los encargados del puente sobre el Helesponto.
Así pues, Jerjes, hijo de Darío, condujo hasta
Sepias y las Termópilas, cinco millones doscientos ochenta y tres mil
doscientos veinte hombres.
Así pues, quien diga que los atenienses fueron los
salvadores de Grecia no faltaría a la verdad, pues la balanza se inclinaría a
cualquiera de los dos lados a que ellos se hubieran vuelto. Habiendo decidido
mantener libre a Grecia, ellos fueron quienes despertaron a todo el resto de
Grecia que no favoreció a los persas y quienes, con ayuda de los dioses,
rechazaron al Rey.
Kapuscinski, sensacional
reportero polaco
Como periodista que soy quiero rendir homenaje
aquí al más grande de los nuestros, al ilustre polaco Ryszard Kapuscinski (1932
– 2007). Mi admiración por él no conoce límites. Dentro de nuestra profesión
hay que dar la primacía al mejor, al reportero (incluyendo al reportero
gráfico). Constante viajero, consigue las noticias de primera mano, jugándose
la vida día a día en sus misiones y perdiéndola en muchos casos.
En su larguísima vida de reportero, Kapuscinski
apenas se queja de padecimientos físicos, pero son patentes en sus libros sus
carencias económicas. El mérito de un reportero, perseguidor de noticias en
cualquier lugar del mundo donde se produzcan, se duplica si se le añade la
pobreza absoluta. Imagino las enormes dificultades de vivir en lugares a menudo
inmersos en guerras inciertas y peligrosas, que se centuplican cuando no se
dispone de dinero, en particular para desplazarse de un sitio a otro. Si eres
miembro de alguna gran agencia internacional de noticias, como la
estadounidense AP, la británica Reuter, la francesa FP o la española EFE,
probablemente dispondrás en todo momento de los medios para moverte y buscar la
noticia, pero si eres el reportero de una desconocida y pobrísima agencia de
noticias polaca, de nombre PAP, imagino que los problemas adquirirán
proporciones gigantescas.
Un ejemplo de ello nos lo cuenta el maravilloso
polaco en su libro Ébano. Se había producido un golpe de estado en Zanzíbar,
una isla próxima al continente africano, y periodistas del mundo entero
pugnaban por entrar en ella, hablar con los golpistas e informar al mundo. Lo
malo es que los golpistas habían cerrado los puertos y el único aeropuerto de
la capital estaba tomado por fuerzas militares que disparaban contra todo avión
que intentase aterrizar. Kapuscinski se mordía las uñas, impaciente, junto con
otros periodistas. Uno de ellos le aseguró que había conseguido una avioneta
Cesna con su piloto para volar a la isla. Contaba con cuatro plazas y eran tres
los periodistas viajeros. El polaco vio su ocasión y dijo: ¿si consigo permiso
para aterrizar me llevaréis con vosotros gratis? Ante su respuesta afirmativa
continuó pidiendo: dadme una hora.
Marchó de allí y logró ponerse en contacto
telefónico con el jefe de los golpistas a quien conocía de tiempo atrás. Le
pidió permiso para aterrizar asegurándole que no escribirían marranadas sobre
ellos y su golpe de estado. Concedido el permiso, con la promesa de que no
dispararían contra su avión, voló a la isla con sus compañeros y pudieron
informar de ello.
Hoy comentaré algunos de los libros que contienen
grandes reportajes de Kapuscinski: Ébano, el Emperador, El sha, El Imperio, Un
día más con vida y Viajes con Heródoto. Estos relatos nunca proceden de un solo
viaje sino de numerosos realizados a lo largo de su vida a los lugares de los
que habla, porque se declara como impenitente viajero.
Antes de entrar en el comentario de los libros
daré unas notas personales sobre el autor. En su gran reportaje El Imperio,
Kapuscinski dice:
Yo vivía inmerso en los problemas del Tercer
Mundo, me atraían esos multicolores continentes que son Asia, África y América
Latina, temas a los que desde siempre me he dedicado de una manera casi
exclusiva.
Mi interés se ha centrado desde siempre en la
descolonización del mundo, tanto la mental como la política, y allí, en el
Transcáucaso, se estaba produciendo tal proceso (1989).
En Ébano asegura ante sus oyentes africanos:
¿Qué vosotros fuisteis colonizados? ¡Nosotros los
polacos también! Durante ciento treinta años fuimos colonia de tres Estados
invasores. También blancos, por más señas.
Ébano
Titula Ébano su libro sobre África por el color
negro de la valiosa madera, igual al de la piel de numerosos africanos.
Relata sus viajes a este continente fascinante,
donde varias veces estuvo a punto de morir: de enfermedades como malaria y
tuberculosis, de sed en el desierto, por la picadura de una cobra, en un bote
en el mar cerca de Zanzíbar…
Según el reportero polaco, la esclavitud ha
marcado al pueblo africano para siempre. Además, las sequías, enfermedades,
hambrunas y guerras, empujaron masivamente la población hacia las ciudades (con
abandono de extensas zonas y crecimiento de la desertización). En ellas no
mejoró su condición ni hallaron medios de vida. Los jóvenes fueron pasto fácil
de los llamados “señores de la guerra”, que se alzan contra el poder para
derrocarlo o señorean zonas con recursos naturales: petróleo, diamantes, oro,
para explotarlas en su beneficio.
Hambrientos y con un arma en las manos, los
jóvenes someten permanentemente a sus vecinos y compatriotas a saqueos y
asesinatos, alimentando guerras interminables con su trágica secuela de
muertes, destrucción y migraciones masivas de población.
El señor de la guerra no es sino un antiguo
oficial, ministro o miembro destacado del partido gobernante, o bien otro
personaje fuerte e implacable, ávido de poder y de dinero, falta de escrúpulos
y que, aprovechando el desmoronamiento del Estado (a lo que él mismo ha
contribuido y lo sigue haciendo) pretende recortar para sí un miniestado
propio, no oficial, donde ejercer un poder dictatorial. Por lo general, el
warlord usa para este fin la tribu o el clan a que pertenece. Y no son sino los
señores de la guerra los que siembran en África el odio racial y tribal.
Aunque, eso sí, sin reconocerlo jamás. Siempre, se proclamarán líderes de un
movimiento o partido de carácter nacional. Lo más común es que se hable de un
Movimiento de Liberación de Esto y Aquello, o de un Movimiento en Defensa de la
Democracia o de la Independencia. Nada por debajo de tamaños ideales.
¿Qué hace un warlord? Teóricamente lucha contra
otros warlords. Aunque no siempre tiene que ser así. Lo más común es que de
dedique a saquear a una población indefensa, la de su propio país. Es lo
contrario de Robin Hood. Robin Hood quitaba a los ricos para dárselo a los
pobres. El warlord quita a los pobres para enriquecerse a sí mismo y para
alimentar a su horda. Nos movemos en un mundo en que la miseria condena a
muerte a unos y convierte en monstruos a otros. Los primeros son las víctimas y
los segundos, los verdugos. No hay nadie más.
El comercio de esclavos dura cuatrocientos años,
empieza en el siglo XV y ….¿termina? Oficialmente en la segunda mitad del siglo
XIX, aunque en algunas ocasiones dura más: por ejemplo, hasta 1936 en Nigeria
del Norte. Dicho comercio ocupa un lugar central en la historia de África.
Millones (entre 15 y 30: existen diversos cálculos) de personas fueron
secuestradas y transportadas más allá del Atlántico en condiciones terribles.
Se estima que durante un viaje así (de dos a tres meses de duración), moría de
hambre, asfixia y sed casi la mitad de los esclavos; hubo casos en que murieron
todos. Los supervivientes trabajaban más tarde en las plantaciones de caña de
azúcar y de algodón en Brasil, en el Caribe y en los Estados Unidos,
construyendo la riqueza de aquel hemisferio. Los traficantes de esclavos
(principalmente portugueses, holandeses, franceses norteamericanos, árabes y sus
socios africanos) despoblaron el continente y lo condenaron a una existencia
vegetativa y apática: incluso ya en nuestros tiempos, grandes superficies de
aquella tierra seguían despobladas y se habían convertido en desiertos. Hasta
hoy día África no se ha desprendido de esta pesadilla ni ha levantado cabeza
tras semejante desgracia.
Desde un punto de vista formal, el colonialismo
reina en África desde la Conferencia de Berlín de 1885. Pero en realidad, la
penetración colonial había empezado mucho antes, en el siglo XV y floreció a lo
largo de los siguientes quinientos años. El comercio de esclavos africanos, que
se prolongó durante trescientos años fue la fase más brutal y abyecta de
aquella conquista. Trescientos años de batidas, redadas, persecuciones y
emboscadas que organizaban los blancos, a menudo con ayuda de compinches africanos
y árabes.
En 1821, en un lugar de Monrovia atracó un barco
procedente de Norteamérica que traía a bordo a un tal Robert Stockton, un
agente de la American Colonization Society. Stockton, encañonando con su
pistola una sien del rey Peter, el jefe de la tribu, lo obligó a venderle – a
cambio de seis mosquetones y una caja de abalorios – la tierra que la
mencionada compañía americana se disponía a poblar con aquellos esclavos de las
plantaciones de algodón (principalmente de los estados de Virginia, Georgia y
Maryland) que habían conseguido el estatus de hombres libres. La compañía de
Stockton tenía un carácter liberal y caritativo. Sus activistas creían que la
mejor indemnización por las sevicias de la esclavitud consistía en enviar a los
antiguos esclavos a la tierra de donde procedían sus antepasados: a África.
… Siguen llegando contingentes de antiguos
esclavos y cuando en 1847 proclamaron la creación de la República de Liberia,
esta no contaba con más de seis mil habitantes. Es posible que su número nunca
haya superado una veintena escasa de miles: menos del uno por ciento de la
población del país.
Antes que nada, los américo – liberianos declaran
que tan sólo ellos son los ciudadanos del país. Al resto – es decir, al noventa
y nueve por ciento de la población – le niegan este estatus, este derecho.
Liberia no constituye sino la prolongación del
orden establecido por el sistema de la servidumbre, impuesto por la voluntad de
los propios esclavos, que no desean destruir un sistema injusto, sino que lo
quieren conservar, desarrollar y usar en provecho de sus intereses personales.
Salta a la vista que una mente sometida, envilecida por la experiencia de la
esclavitud, una mente – en palabras de Milosz – “nacida en la no libertad,
encadenada desde el alumbramiento”, no sabe pensar, no sabe imaginarse un mundo
libre en el que las personas, todas, también lo fuesen.
En África, cada vez que atrapan a un dictador,
toda la investigación, las palizas y las torturas giran, invariablemente, en
torno a una misma cosa: el número de su cuenta bancaria particular. En la
opinión pública local, político es sinónimo de jefe de un gang de delincuentes
que hace negocios con el tráfico de drogas y de armas, y pone el dinero a buen
recaudo en cuentas abiertas en bancos extranjeros, porque sabe que su carrera
no durará mucho, que él mismo acabará teniendo que huir y necesitará medios de
vida.
Para describir la camisa tendría que echar mano de
los críticos de arte, de los posmodernistas caprichosos, del de los
especialistas en suprematismo, el visual – art y el expresionismo abstracto. La
prenda es nada menos que una obra maestra del patchwork, informel, collage y
pop – art, un prodigio de la más viva imaginación de aquellos sastres
laboriosos junto a los cuales hemos paseado al venir aquí por la carretera de
Kampala. La camisa en cuestión debió pasar por tantas agujas cosiendo remiendos
sobre los agujeros, muestra tantos retazos de telas de textura, estampado y
grosor de lo más diversos, que no hay manera de adivinar de qué color era y de
qué tejido estaba hecha la prenda original, aquella primera tataracamisa que
dio comienzo al largo proceso de cambios y modificaciones cuyo efecto se
extiende hoy ante Apolo, sobre su tabla de planchar.
En un sólo año, el de 1960, diecisiete países de
África habían dejado de ser colonias. Y este proceso seguía, aunque ya a una
escala menor.
El relato de Kapuscinski resulta durísimo en
conjunto, desesperanzado al no encontrar soluciones que mejorasen en el futuro la vida de los africanos,
sometidos a tiranos, desnutridos y enfermos, vagando interminablemente de un
lugar a otro. Entre tanto dolor, aporta detalles hermosos, como el de la
tataracamisa citado, que el lector agradece.
El Emperador
El Emperador trata sobre Haile Selassie, emperador
de Etiopía durante 58 años, desde 1916 a 1974. Monarca absoluto, gobernó sin
escribir nada, ni siquiera firmar un papel. Odiaba que se escribiera la
historia de Etiopía. Cada día impartía justicia durante una hora y otra la
dedicaba a repartir o remover cargos públicos. Se jactaba de ser Rey de Reyes y
descendiente en línea directa de Salomón, pero llegó al poder tras un golpe de
Estado que derribó a su hermano, legítimo heredero.
Dueño de palacios, tierras y empresas del país, la
economía dependía absolutamente de su persona, como la justicia y la policía.
Cada día se acercaban a su palacio en demanda de ayudas numerosos
peticionarios. El Emperador les recibía sentado en su trono y un ministro de
economía con un saco de monedas y billetes permanecía a su lado, de pie. El
pedigüeño se acercaba y desgranaba en el oído del emperador sus demandas. Luego
se retiraba unos pasos y esperaba. El emperador hablaba, también al oído, a su
encargado y al terminar, este ponía monedas y billetes en un sobre que
entregaba al peticionario. Este se retiraba, caminando hacia atrás porque nunca
se podía dar la espalda al Emperador.
Cuando se encontraba fuera de la estancia
observaba con avidez el contenido del sobre. Generalmente prorrumpía en
denuestos por la diferencia entre lo pedido y lo concedido por el Emperador.
Las culpas recaían siempre sobre el ministro, nunca sobre el emperador.
También había un ministro de la Pluma, encargado
de transcribir cuanto le decía el emperador. Cada día recibía testimonios
orales de los encargados de su servicio secreto, que le informaban de cuanto
sucedía en el país.
El libro se basa en testimonios anónimos muy
detallados de palaciegos que ocuparon cargos relevantes en la corte.
Kapuscinski los obtuvo tras la revolución que derribó al emperador en 1974.
De los testimonios recolectados destaca un detalle
importante: las expresiones admirativas y genuflexas con las que todos se
refieren al emperador. Recogeré sólo algunas: Su Bondadosa Majestad, Venerable
Señor, Nuestro Señor, Magnánimo Señor, Nuestro Más Extraordinario Señor,
Venerable Soberano, Incansable Señor, Venerable Majestad, Clemente Señor,
Todopoderoso Soberano, Perspicaz Señor,
Nuestro Bienhechor, Misericordioso Señor, Su Suprema Majestad, Su Distinguida
Majestad, Su Precavida Majestad, Ilustrísimo y Más Extraordinario Señor.
El propio Emperador había llegado al poder gracias
a un compló. En mil novecientos dieciséis, ayudado por embajadas occidentales,
había dado un golpe de Estado y desplazado al legítimo heredero del trono, su
propio hermano Lydj Iyasn. Ante la inminencia de la invasión italiana había
jurado públicamente derramar su sangre por Etiopía y cuando aquella se produjo,
se embarcó para Inglaterra y allí pasó la guerra en la tranquila ciudad de
Bath. Más tarde nació en él tal complejo frente a los jefes de la guerrilla que
sí se habían quedado en el país para luchar contra los italianos, que, al
regresar y ocupar de nuevo el trono los fue liquidando o apartando uno a uno al
mismo tiempo que otorgaba su favor a los colaboracionistas.
Se produjo en palacio un caso insólito, a saber:
uno de nuestros patriotas más nobles, gran jefe de la guerrilla en los años de
la guerra contra Mussolini, Tekele Wolda Hawariat, nada amigo del Emperador,
siempre rehusó aceptar regalos, por muy generosos que fueran, rechazó
privilegios y nunca mostró inclinación alguna hacia la corrupción. A éste
Nuestro Magnánimo Señor lo tuvo encarcelado largos años y finalmente lo mandó
decapitar.
Si en alguna parte se había cometido un delito,
las fuerzas del orden rodeaban la aldea o pueblo y mantenían a su población sin
comer hasta que alguien señalara al culpable. Pero los unos vigilaban a los
otros para que nadie delatara a nadie, pues todos tenían miedo de ser
declarados culpables; y así, vigilándose mutuamente y agarrados a su vecino,
morían de hambre en masa. En eso
consistía el método afarsata. Nuestro Emperador condenaba tales
prácticas.
Nuestro señor se sentaba en el trono y, una vez
hecho esto, yo le colocaba un cojín debajo de los pies… Todos sabemos que
Nuestro Señor era de baja estatura y que, por otra parte, el cargo que
ostentaba requería que mantuviera una superioridad ante sus súbditos también en
un sentido estrictamente físico. Por eso los tronos del Señor tenían los pies
altos, al igual que los asientos.
Yo fui el porta – cojín del Bondadoso Señor
durante veintiséis años. Nuestro Señor no podía ir sin mí a ninguna parte
porque su dignidad continuamente le exigía sentarse en el trono y no lo podía
hacer sin el cojín, y el porta – cojín era yo. Cincuenta y dos cojines tenía yo
en mi almacén, todos de distinta medida, grosor, material y color. Yo mismo me
cuidaba de que las condiciones en que se guardaban fuesen las mejores posible a
fin de que no se convirtieran en un nido de pulgas – molesta plaga de nuestro
país – , pues las consecuencias de semejante negligencia habrían podido
terminar en un desagradable escándalo.
Corría el año 1960 cuando Germame fue nombrado
gobernador de la sureña provincia de Sidamo. ...empezaron a informar de que
Germame aceptaba sobornos y los utilizaba para construir escuelas. Ahora
intente imaginarse la desazón de aquellos personajes. Porque es obvio y
comprensible que un gobernador recaudara tributos y que los demás dignatarios
hicieran otro tanto. El poder genera dinero; siempre fue así desde que existe
el mundo. Pero he aquí que aparecía una anomalía: un gobernador que entregaba
el tributo para la construcción de escuelas. Y el ejemplo que viene desde
arriba es una orden para los subordinados, lo que significaba que ¡todos los
gerifaltes debían desprenderse de lo que recaudaban, donándolo para la
construcción de escuelas!… a continuación, llegaría el fin del Imperio.
El Imperio tenía 30 millones de campesinos y
apenas 100.000 gentes de armas, entre soldados y policías. Se destinaba a la
agricultura el 1 por 100 de los Presupuestos Generales del Estado, y al
Ejército y policía el 40 por 100.
En 1968 se produjo una sublevación en la provincia
de Godjam. Lo primero que hizo el Perspicaz Señor fue mandar una banda de
asesinos a sueldo con la misión de degollar campesinos.
En diciembre de 1969 hubo una revuelta
estudiantil. En 1973, un periodista inglés obtuvo una película mostrando miles
de personas muriendo de hambre en las provincias norteñas. Su exhibición en
países occidentales provocó gran indignación contra el Emperador. Haile
Selassie fue depuesto en septiembre de 1974.
EL Sha
o
la desmesura del poder
En 1941, el viejo sha abdica, obligado por las
potencias occidentales, en favor de su hijo Mohammed Reza Pahlevi, de 22 años.
La memoria de los iraníes conserva la fecha del
golpe – el 19 de agosto de 1953 – como el día de la verdadera subida al trono
del sha Reza Pahlevi, una subida acompañada de sangre y de tremendas represalias.
El sha pertenecía a esa clase de personas para las
que los elogios, el halago, la admiración y el aplauso generalizado constituyen
una necesidad vital, un medio indispensable para reforzar sus naturalezas
débiles e inseguras, pero a la vez vanidosas. El monarca iraní no puede vivir
sin leer todo el tiempo las mejores palabras que sobre él se han escrito, sin
ver su fotografía en la primera página de los periódicos, en la pantalla del
televisor e incluso en las cubiertas de las libretas escolares.
El petróleo crea la ilusión de una vida
completamente diferente, una vida sin esfuerzo, una vida gratis. El petróleo es
una materia que envenena las ideas, que enturbia la vista, que corrompe.
La idea del petróleo refleja a la perfección el
eterno sueño humano de la riqueza lograda gracias a un azar, a un golpe de
suerte, y no a costa de esfuerzo y de sudar sangre. Visto en este sentido, el
petróleo es un cuento y, como todos los cuentos, una mentira.
El 1973, el sha informa que en dos meses escasos
los precios del petróleo se han cuadruplicado, con lo que Irán, al que la
exportación de crudo proporcionaba cinco mil millones de dólares al año, ahora
recibirá veinte mil. Añadamos que el único administrador de esta gigantesca
cantidad de dinero será el mismo sha y que, en un reino que él solo rige, puede
hacer con aquella lo que le venga en gana: tirarla al mar, gastársela en
helados o enterrarla en un cofre de oro.
De momento el sha había hecho compras
multimillonarias por el mundo y de todos los continentes habían salido rumbo a
Irán barcos repletos de mercancías. Pero cuando llegaron al Golfo, resultó que
Irán no tenía puertos (lo que el sha desconocía). Poco a poco fueron
descargándose los barcos y entonces resultó que Irán no tenía almacenes (lo que
desconocía el sha). Un millón de toneladas de las más diversas mercancías
estaban esparcidas por el desierto, a merced del aire y del calor infernal del
trópico; la mitad de ellas no servían sino para ser tiradas a la basura. Todas
estas mercancías debían llevarse al interior del país, pero resultó que Irán no
tenía transportes (lo que desconocía el sha). Así que se trajeron de Europa dos
mil camiones, pero entonces resultó que Irán no tenía conductores (lo que
desconocía el sha). Se mandaron aviones a Seúl para traer conductores
surcoreanos. Arrancaron los camiones y comenzaron a transportar las mercancías.
Aunque por poco tiempo, pues los conductores, después de aprender cuatro
palabras en persa, en seguida descubrieron que les pagaban la mitad de lo que
cobraban los conductores iraníes. Indignados, abandonaron los camiones y
volvieron a Corea. Estos camiones, hoy inservibles y cubiertos de arena, siguen
en el desierto, en el camino que va de Bender Abbas a Teherán.
La Savak (policía secreta) se componía de gente de
la peor calaña; por eso, cuando cogían entre sus manos a una persona que tenía
la costumbre de leer libros, se ensañaban con ella de una manera especialmente
cruel.
La gente no podía soportar por más tiempo aquel
terror y por eso se lanzaba a pecho descubierto contra el ejército y la
policía. Podrá calificarse esto de desesperación, pero, créame, ya todo nos
daba igual. El pueblo entero se alzó contra el sha porque para nosotros la
Savak significaba el sha; era sus ojos, sus oídos y sus manos.
El rito de rememorar entre todos al difunto
cuarenta días después de su muerte cobra de repente otro cariz. Guiada por un
espíritu de creciente oposición, aquella costumbre se convierte en un acto
político. Una ceremonia familiar ha empezado a transformarse en manifestación
de protesta. Al cuadragésimo día de los acontecimientos de Qom, en muchas
ciudades de Irán la gente se reúne en las mezquitas para recordar a las
víctimas de la masacre. En Tabriz la tensión alcanza tales dimensiones que
desemboca en una sublevación. La multitud se lanza a la calle exigiendo la
muerte del sha. Interviene el ejército y ahoga la ciudad en sangre. El balance
de la acción es de varios centenares de muertos y miles de heridos. Al cabo de
cuarenta días las ciudades se visten de luto: ha llegado la hora de rememorar
la masacre de Tabriz. En Isfahan la multitud enfurecida y desesperada de dolor
sale a la calle. El ejército rodea a los manifestantes y abre fuego. Otra vez
hay muertos… Ocurre lo mismo en Mehed, en Teherán, de nuevo en Teherán. Y, al
final, en casi todas las ciudades.
La calle Engelob en otoño y en invierno de 1978.
Por ella pasan, incesantes, grandes manifestaciones de protesta. Lo mismo
ocurre en las demás ciudades de importancia. La rebelión se ha extendido por
todo el país. Comienzan las huelgas. Todo el mundo se suma a ellas; la
industria y el transporte se paralizan. A pesar de decenas de miles de
víctimas, la presión popular aumenta. Pero el sha sigue en el trono; palacio no
cede.
Dice Kapuscinski: La de Irán era la
vigesimoséptima revolución que veía en el Tercer Mundo. ¡Cuánto me recordaban
las sedes de los comités iraníes lo que había visto en Bolivia y en Mozambique,
en Sudán y en Benín!
Irán 1980. Los revolucionarios han tomado el poder
y deponen al sha.
EL Imperio
La inmensa Unión Soviética: 22 millones de
kilómetros cuadrados y 52 repúblicas, extiende sus fronteras a lo largo de
cuarenta y dos mil kilómetros, más que el ecuador, constituye para el polaco
Kapuscinski el Imperio por antonomasia, algo inabarcable.
Para un polaco que ha visto repartirse su país
durante tanto tiempo por la URSS y antes por Rusia, este conglomerado histórico
constituye uno de sus odios más profundos, lo que se refleja palpablemente en
el libro.
Dentro del mismo, encontramos otro de los
testimonios más encantadores sobre la pobreza del reportero y revelador de la
carencia de bienes materiales de los habitantes de tantas repúblicas
soviéticas.
Se encontraba Kapuscinski en una de ellas y
necesitaba un medio de transporte que no encontraba ni podía pagar de ninguna
forma. Su situación era desesperada ante una cita para obtener información a la
que no podría llegar. Situado en la encrucijada de calles de una ciudad, con
coches circulando alocadamente en todas direcciones, se le ocurrió una idea
estupenda. Extrajo de su bolsillo un humilde bolígrafo Bic, de los que siempre
llevaba buena provisión, alzó su brazo con él a su extremo y esperó. Al poco,
un coche dio un frenazo y se detuvo a su lado. Explicó brevemente el polaco
adonde quería dirigirse y la hija del conductor tomó el bolígrafo que tanto le
había gustado y el padre le condujo en su coche a su destino.
Otoño de 1989. Primer encuentro con el Imperio
después de años. Estuve aquí por última vez hace más de veinte, a principios de
la era Brézhnev. La era Stalin, la era Jruschov, la era Brézhnev. Y antes: la
era de Pedro I, Catalina II, Alejandro III. ¿En qué otra parte del mundo la
personalidad del soberano, los rasgos de su carácter, sus manías y fobias
imprimen una huella tan profunda en el curso de la historia del país, en sus
momentos de esplendor y decadencia?
El zar era considerado Dios, además en el sentido
estricto de la palabra. Durante cientos de años, a lo largo de toda la historia
de Rusia.
La vista de la plaza de San Petersburgo, su
concepción, plano y composición entrañan una profunda simbología que nos
desvela más misterios del país que decenas de tratados y manuales. A saber: la
plaza es la ejemplificación del carácter y de la estructura del poder. El
Palacio de Invierno, residencia del soberano, simboliza su forma suprema, y su
brazo derecho, único y el más importante, no es un poder espiritual (no se ve
aquí ninguna iglesia ortodoxa) ni un poder representativo (no se ve el edificio
de ningún parlamento), sino el ejército, la fuerza armada (la sede del Estado
Mayor).
El monarca y su ejército: ¿será por eso por lo que
el águila rusa, escudo y símbolo del Estado, es bicéfala?
De 1931 a 1933 Stalin dirigió la acción de matar
de hambre a diez millones de personas en Ucrania. Teniendo en cuenta el estado
de la técnica en la época, matar a diez millones de personas no era tarea
fácil. Aún no se conocían las cámaras de gas ni las armas de destrucción
masiva.
Importante para Moscú, la situación estratégica de
Bielorrusia ha hecho que tanto los zares como los bolcheviques aplicaran aquí
una metódica, brutal y contundente política de rusificación. En los años
treinta fue fusilada o desterrada casi toda la intelligentsia bielorrusa. Las
masacres fueron organizadas por el georgiano Tsanava, hombre de confianza de
Beria. Se acusaba a las victimas de ser agentes de Polonia. Moscú pretendía que
Bielorrusia quedase habitada por una población rusohablante, aunque no lo fuera
por el pueblo ruso, con tal de que fuera rusohablante.
Un pueblo desprovisto de Estado busca salvación en
los símbolos. La preservación del símbolo cobra para él tanta importancia como
la defensa de las fronteras. El culto al símbolo se convierte en el culto a la
patria. Es un acto de patriotismo. No es que los armenios nunca hayan tenido
Estado. Sí lo tuvieron, pero fue destruido en la antigüedad. Si bien renació en
el siglo IX, después de ciento sesenta años de existencia volvió a desaparecer
– en su forma antigua – ya para siempre.
En Azerbaiyan los nombres de las muchachas siempre
están llenos de significado; los padres dan mucha importancia a la elección del
nombre. Gulnara significa flor; Nargris, narciso; Bahar, primavera; Aydyn,
clara. Sevil es el nombre que se pone a la muchacha que ha enamorado a alguien.
Después de la revolución la gente empezó a poner a las niñas nombres de las
cosas modernas que llegaban al campo. De ahí que haya muchachas que atiendan a
nombres de Tractor, Naranjada, Chófer…
Llega el año decisivo de 1991, que entrará en los
anales de la historia contemporánea del mundo.
Gorbachov debe de sentirse cada vez más
abandonado. Sigue gozando de una gran popularidad en Occidente, que quiere
tener buenas relaciones con los mandatarios del Kremlin, aunque bajo una
condición: que sean simpáticos, que sonrían, que vistan bien, que tengan
sentido del humor, que se muestren relajados, bienhumorados y amables. Sólo al
cabo de seiscientos años ha aparecido un hombre de estas características:
Gorbachov. Londres y París, Washington y Bonn, todos abren los brazos, felices.
¡Qué descubrimiento! ¡Qué alivio!
El 25 de diciembre Gorbachov dimite del Cargo de
presidente de la URSS. Arrían en el Kremlin la bandera roja con la hoz y el
martillo. La URSS deja de existir.
Un día más con vida
Narra este libro la historia de Angola, colonia
portuguesa, durante los meses previos al abandono del último contingente
militar portugués y la proclamación de independencia del país bajo el nombre de
República Popular de Angola el 11 de noviembre de 1975.
Tres movimientos guerrilleros se disputaban el
poder antes de la proclamación de la República. Sus nombres eran: FNLA, Frente
Nacional para la Liberación de Angola (al mando de Holden Roberto), MPLA,
Movimiento Popular para la Liberación de Angola (Agostinho Neto) y UNITA, Unión
Nacional para la Independencia Total de Angola (Jonas Savimbi).
El libro parece una novela de suspense, que los
latinos de habla española han rebautizado como “suspenso”, un término escolar
que me choca referido a situaciones de intriga, miedo y desorientación. Yo
preferiría traducirlo por situaciones o hechos que te mantienen “en suspenso”.
La primera parte del relato me recuerda las novelas inquietantes de Patricia
Highsmith, con muertos y misterio. Sabes que el protagonista no puede morir, o
no habría relato, pero temes constantemente por su vida en peligro.
Para mí, las nueve era el momento más importante
del día, una experiencia única que se repetía noche tras noche. No dejé de
escribir ni un solo día, escribía llevado por un impulso de lo más egoísta, me
obligaba a romper mi parálisis y depresión internas para redactar un texto, por
más breve que fuera, y a mantener la comunicación con Varsovia, que era lo
único que me salvaba de la soledad y del sentimiento de abandono.
La tarea de golpear la mandioca hasta convertirla
en una masa dura, crujiente y blanca ocupa a la mujer africana la mitad de su
vida. La otra mitad está destinada a embarazos y partos. En algunos lugares,
junto a los pozos, ya se habían constituido colas de gente que iba a buscar
agua. En otros, la de la que iba a buscar pan.
La historia del azúcar y la de la esclavitud se
funden en un mismo capítulo de la historia del mundo. África – sobre todo
Angola – se convierte en el principal proveedor de esclavos. Según estimaciones
de historiadores provenientes de territorios que forman parte de la Angola
actual, el número de deportados asciende a tres o, incluso, a cuatro millones
de personas.
La gente huía de Angola como se huye de la peste
inminente o del aire fétido que no se ve pero que siembra la muerte. Luego
vendría el viento, y la arena borrará las huellas del último hombre.
¿Tú te crees eso?, le he preguntado a Arturo. No,
él no se lo cree, pero, aún así, prefiere marcharse. ¿Y usted, dona Cartagena,
se cree usted eso? Sí, dona Cartagena está convencida. Si nos quedamos hasta
noviembre (de 1975) no lo contaremos. Y la anciana, con gesto enérgico, se pasa
el dedo por el cuello, sobre el cual su uña deja una marca roja.
Cada encuentro con un puesto de control se compone
de: a) una parte explicativa, b) una negociación y c) una conversación entre
amigos. Al puesto hay que acercarse lentamente y detenerse a una distancia
prudencial. Los frenazos y el chirrido de los neumáticos son un mal comienzo: a
los guardias no les gustan las payasadas. A continuación, nos bajamos del coche
y nos aproximamos al lugar donde el camino está cortado por la barrera, un
bidón de gasolina vacío, un montículo de piedras, un tronco de árbol o un
aparador. Si nos encontramos en una zona cercana al frente, las piernas nos
tiemblan de miedo y el corazón se nos sube a la garganta. Y es que no sabemos
quién ha montado el puesto: ¿el MPLA?, ¿el FNLA?, ¿UNITA?
En este momento tenemos que hacer acopio de todo
nuestro valor para decir esa palabra que decidirá nuestra vida o nuestra
muerte:
- ¡Camarada!
Si los guardias son hombres de Agostinho Neto, que
se saludan con la palabra camarada, seguiremos con vida. Pero si resultan ser
hombres de Holden Roberto o de Jonas Savimbi, que se saludan con la palabra
“irmao” (hermano), habremos llegado al final de nuestra existencia terrenal.
Plana mayor del partido FNLA, Frente Nacional para
la Liberación de Angola, dirigido por Holden Roberto: Holden Roberto,
presidente, nacido en Sao Salvador; John Edouard Pinock, nacido en Sao
Salvador, primo de Holden; Sebastiao Roberto, nacido en Sao Salvador, hermano
de Holden; Joe Petersen, nacido en Sao Salvador, cuñado de Holden; Narciso
Nenaka, nacido en Sao Salvador, tío de Holden; Simao de Freitas, nacido en Sao
Salvador, sobrino de Holden; Eduardo Vieira, nacido en Sao Salvador, primo de
Holden.
Volvíamos tranquilizados al coche cuando Nelson de
repente se detuvo, alzó los hombros y dijo: Un día más con vida, pues a partir
de allí el camino estaba libre hasta la misma Benguela, y empezó a hacer
ejercicios de gimnasia, y tras él, todos nosotros, Bota con un equilibrio muy
precario y un continuo vaivén de su cuerpo, inclinándose ya a un lado ya al
otro, nosotros, en cambio, con brío y energía...
Años 1976 – 2000. La guerra sigue. Se trata de uno
de los conflictos armados más largos de cuantos se dirimen en el mundo
contemporáneo. ¿Ha cambiado algo en su imagen? Lamentablemente, poco. Bueno,
sí: se han marchado los cubanos. También los sudafricanos se han ido. Pero allí
siguen los habitantes de aquella tierra. Angola es su país. Un país dividido,
despedazado y destruido por una guerra civil cuyo gobierno lleva más de dos
décadas luchando contra la rebelión de Jonas Savimbi.
Viajes con Heródoto
Se trata de un libro iniciático, donde el autor
narra los comienzos de su periplo vital y nos permite conocerle más
profundamente. Kapuscinski comenzó escribiendo en un periódico polaco de
Varsovia y un buen día expresó su deseo de viajar al extranjero. Un año
después, olvidado su deseo inicial, se vio sorprendido por la noticia de que le
enviaban al extranjero: ¡a la India!
Cuando le envió a este destino, la redactora jefe
de su periódico le regaló las Historias de Heródoto (más conocido como Los
nueve libros de la Historia), que vivió en el siglo V a. C. y recorrió el mundo
conocido entonces.
Mantuvo Heródoto una insaciable curiosidad por
conocer los pueblos del mundo y narra sus costumbres, la naturaleza donde
viven, su manera de enfrentarse a la vida y a la muerte, sus características
raciales, sus dioses y creencias, las guerras entre pueblos. Todo lo que veían
sus ojos o lo contaban quienes lo habían visto.
Esa curiosidad une definitivamente al polaco con
el griego, Padre de la Historia, veinticinco siglos después.
Kapuscinski le rinde homenaje citando textualmente
la primera frase de su libro, que como sabe todo periodista, define el
contenido del reportaje o la noticia:
“Heródoto de Halicarnaso va a presentar aquí
frutos de sus investigaciones llevadas a cabo para impedir que el tiempo borre
la memoria de la historia de la humanidad, y menos que lleguen a desvanecerse
las grandes y maravillosas hazañas, así de los griegos como de los bárbaros.
Con este objeto refiere una infinidad de sucesos varios e interesantes, y
expone con esmero las causas y motivos de las guerras que se hicieron
mutuamente los unos a los otros”.
Hablando de Heródoto, Kapuscinski se encuentra y
define a sí mismo:
Estaba ocupado en sus viajes, en hacer
preparativos para los mismos, y luego en seleccionar y ordenar el material
recopilado. Al fin y al cabo, el viaje no comienza cuando nos ponemos en ruta
ni se acaba cuando alcanzamos el destino. En realidad empieza mucho antes y
prácticamente no se acaba nunca porque la cinta de la memoria no deja de girar
en nuestro interior por más tiempo que lleve nuestro cuerpo sin moverse de
sitio. A fin de cuentas, lo que podríamos llamar <contagio de viaje>
existe, y es, en el fondo, una enfermedad incurable.
¿Cómo trabaja Heródoto?
Es un reportero nato: viaja, observa, habla con la
gente, escucha sus relatos, para luego apuntar todo lo que ha aprendido o,
sencillamente, recordado.
El objetivo del viaje: reunir más información
acerca de un país, de sus gentes y costumbres o comprobar la veracidad de los
datos ya reunidos. Pues Heródoto no se contenta con lo que alguien le ha dicho,
sino que intenta comprobarlo todo, contrastar las versiones oídas, formarse una
opinión propia.
Heródoto sabe que la fuente más importante de
conocimiento es la memoria de sus interlocutores, pero es consciente de que
esta es frágil, cambiante y etérea, un punto que se desvanece.
Al saber que se mueve por un terreno tan incierto
e inestable, se muestra muy cauto en sus relatos, siempre se cura en salud, no
cesa de subrayar sus reservas:
que nosotros sepamos, según dicen, que yo sepa,
según creo, lo que supe por boca de, lo que cuentan, no sé si es verdad, sólo
escribo lo que se dice, no puedo decir de fijo. Me limito a referir lo que
dicen los propios libios. Según cuentan los tracios…
El ser humano sabe que la memoria es lábil y
etérea, y que si no anota sus conocimientos y experiencias de una manera más
estable acabará por desaparecer sin rastro todo lo que lleva dentro. De ahí que
todo el mundo desee escribir un libro. Cantantes y futbolistas, políticos y
millonarios. Y si ellos mismos no saben hacerlo o no tienen tiempo, se lo
encargan a otro. Sobre todo porque la escritura parece una ocupación fácil y
sencilla. Los que así lo creen pueden apoyarse en la frase de Thomas Mann según
la cual <el escritor es aquel al que escribir le resulta más difícil que a
las demás personas>.
Jerjes, rey de Persia, tenía cincuenta y seis años
cuando, en el año 465 a. C. , lo mató el jefe de su guardia personal, Artábano,
quien luego hizo rey a Artajerjes, hermano menor del rey asesinado. Este mató
más tarde al susodicho Artábano en una pelea cuerpo a cuerpo en que un buen día
se habían enzarzado en el palacio. Al hijo de Artajerjes, Jerjes II lo mató en
el año 425 su hermano Sogdiano, quien más tarde sería asesinado por Darío II,
etcétera, etcétera.
A medida que avanzaba en su lectura, encontraba en
Heródoto un alma hermana. Creo que le movía la curiosidad por el mundo. El
deseo de estar allí, ver todo aquello a cualquier precio y vivirlo en carne
propia.
El libro de Heródoto es el primer gran reportaje
de la literatura universal.
Eloy: Tu escrito está "muy poco" documentado. En serio, una delicia leerlo, solo te falta describir de los personajes sus momentos íntimos; para mí ha supuesto una buenísima y enriquecedora lección de historia; en definitiva ¡fantástico!
ResponderEliminarMagnífico trabajo Eloy, nos ilustras con profundidad y criterio sobre estos dos personajes, aunque tengo que decirte que el Kapuscinski de un día más con vida me resultó un tanto afixiante.
ResponderEliminarFelicidades, y a ver si de una vez llega el momento que podamos compartirlo en Serrano 127.
Francis Gponzález