...POR ELOY MAESTRE
Los Reyes Magos de 2021, año
en que tal vez conozcamos el fin de la horrorosa pandemia que acongoja al mundo
entero, me han traído como regalo el libro, que yo pedí respetuosamente a sus
Majestades en mi carta, sobre la guerra de las Galias de Julio César.
Julio César, el gran general
y político romano, produjo un libro admirable titulado Comentarios de la guerra
de las Galias, en donde discurre sobre sus campañas en ese territorio enorme
que comprendía la actual Francia, Bélgica, y partes de Suiza, de Países Bajos y
de Alemania.
Que César comente a la
posteridad sus hazañas guerreras tiene el peligro de ofrecer una versión amable
y tal vez mendaz, pero al no contar con otros testimonios históricos para
contrastar sus datos, deberemos creerlos en principio. Julio César exhibe un
estilo seco y limpio de historiador, admirado a lo largo de los siglos por
multitud de lectores.
Debe valorarse este
formidable testimonio de primera mano de una conquista fabulosa que engrandeció
enormemente a Roma, añadiendo un gran territorio y conjurando a la vez, al
menos por un tiempo, la amenaza constante que los bárbaros germanos ofrecían a
la estabilidad del imperio. En dos ocasiones cree necesario César pasar el Rin
para dar una lección a las belicosas tribus germanas, con un despliegue
fabuloso de la ingeniería militar legionaria. El paso a la isla de Britania
constituye otra de sus expediciones militares exitosas.
El traductor nos previene de
que la marcha normal de las legiones es de 25 km diarios, con todos sus
pertrechos; la marcha rápida, a veces exigida por las maniobras militares,
ignoramos a cuanto ascendía. Tras cualquier marcha, se fortificaba el
campamento con fosos y torres de defensa, con lo que se añadía este esfuerzo al
del desplazamiento.
Los ingenieros militares
consiguieron proezas como construir un puente de madera sobre el caudaloso Rin
en dos ocasiones, detallando César la forma de hacerlo. De esa forma, las tropas
pasaron al otro lado del Rin sobre buen
firme. En los asedios y los campamentos de mayor enjundia donde pasaban los
inviernos, los ingenieros descollaron por sus construcciones defensivas.
También lo hicieron construyendo plataformas de ataque para los asedios de
plazas fuertes enemigas.
Una legión estaba formada en
aquella época entre 3.000 y 5.000 soldados de infantería pesada, algunos
cientos de caballeros y tropas auxiliares de honderos, arqueros e infantería
ligera.
En esta guerra de las Galias,
César dispuso como máximo de diez legiones, pero la mayoría de las veces se
contentaba con menos. Su manejo de la guerra fue ejemplar, con magníficos
ayudantes que dirigían legiones a los que cita expresamente. Los mayores
elogios van hacia Galba, Cicerón y Labieno. Luchó siempre contra fuerzas muy
superiores en número.
Nota sobre edición y
traducción.
Mi edición es la sexta de la
Colección Austral de Espasa-Calpe de 1957; esa mítica colección que tantos
excelentes libros de bolsillo nos ha proporcionado al cabo de nuestra
historia.
Al traductor José Goya y
Munian, que dio a la Imprenta Real en 1798 con su nombre los Comentarios de la
guerra de las Galias, le reputa de plagiario de varias obras Menéndez Pelayo.
En concreto, esta de los Comentarios se atribuye a José Petisco, jesuita y
helenista, traductor de Cicerón y de Virgilio y de la Vulgata al castellano.
Sea quien fuere el traductor,
el logro me parece magnífico.
Libro primero
César vence a los helvecios,
que al mando de Ariovisto pretendían sojuzgar toda la Galia. El contingente
militar que manejó César en esta guerra fue de seis legiones, compuestas en su
mayoría de infantería pesada, una pequeña parte de infantería ligera y
auxiliares, y unos centenares de caballeros. Si cada legión la componían 5.000
soldados, contó con treinta mil hombres y pocos miles de caballeros en total.
Entretanto, con la legión que
tenía consigo y con los soldados que llegaban de la provincia, desde el lago
Leman, que se ceba del Ródano hasta el monte Jura, que separa los secuanos de
los helvecios, tira un vallado, a manera de muro, de diecinueve millas en
largo, dieciséis pies en alto, y su foso correspondiente; pone guardias de
trecho en trecho, y guarnece los reductos para rechazar más fácilmente a los
enemigos, caso que por fuerza intentasen el tránsito.
Después de esta acción, a fin
de poder dar alcance a las demás tropas enemigas, dispone echar un puente sobre
el Arar, y por él conduce su ejército a la otra parte. Los helvecios, espantados
de su repentino arribo, viendo ejecutado por él en un día el pasaje del río,
que apenas y con sumo trabajo pudieron ellos en veinte, despáchanle una
embajada.
Al día siguiente alzan los
reales de aquel puesto. Hace lo propio César, enviando delante la caballería,
compuesta de cuatro mil hombres que había juntado en toda la provincia, en los
eduos y los confederados de éstos, para que observasen hacia dónde marchaban
los enemigos.
Libro segundo
También Labieno le aseguraba
por cartas que todos los belgas (los cuales, según dijimos, hacen la tercera
parte de la Galia) se conjuraban contra el pueblo romano, dándose mutuos
rehenes.
César, en fuerza de estas
noticias y cartas, alistó dos nuevas legiones en la Galia Cisalpina, y a la
entrada del verano envió por conductor de ellas a lo interior de la Galia al
legado Quinto Pedio. Él, luego que comenzó a crecer la hierba, vino al
ejército.
Ya que tuvo certeza por sus
espías y por los remenses cómo unidos los belgas venían todos contra él, y que
estaban cerca, se anticipó con su ejército a pasar el río Aisne, donde remata
el territorio remense, y allí fijó sus reales, cuyo costado, de una banda,
quedaba defendido con esta postura por las márgenes del río, las espaldas a
cubierto del enemigo, y seguro el camino desde Reims y las otras ciudades para
el transporte de bastimentos.
Hecho esto, y dejadas en los reales las dos
legiones recién alistadas, para poder emplearlas como refuerzo en caso de
necesidad, puso las otras seis delante de ellos en orden de batalla. Los
enemigos, asimismo, fuera de los suyos tenían ordenada su gente.
César exige 600 rehenes,
llevaba consigo seis legiones. Derrota a los nervios y los vencidos se rinden.
De 600 senadores quedaban solos tres, y de sesenta mil combatientes apenas
llegaban a quinientos. Luego vence César a los aduátucos.
Pacificada la Galia toda, se mandaron en Roma,
tras las cartas de César, fiestas solemnes por quince días.
Libro tercero
Galba es enviado con la
duodécima legión. Lucha contra sioneses y veragros. Ellos son 30.000 y Galba
les vence, matando a una tercera parte. Se retira victorioso, pasando a sus
cuarteles de invierno.
Considerando que casi todos
los galos son amigos de novedades, fáciles y ligeros en suscitar guerras, y que
todos los hombres naturalmente son celosos de su libertad y enemigos de la
servidumbre, antes que otras naciones se ligasen con los rebeldes, acordó
dividir en varios trozos su ejército, distribuyéndolos por las provincias.
Los galos son tan briosos y
arrojados para emprender guerras como afeminados y mal sufridos en las
desgracias.
Una sola cosa, prevenida de
antemano, nos hizo muy al caso, y fueron ciertas hoces bien afiladas, caladas
en varapalos a manera de guadañas murales. Enganchadas estas una vez en las cuerdas
con que ataban las antenas a los mástiles, remando de boga, hacían pedazos el
cordaje, con lo cual caían de su peso las vergas; por manera que consistiendo
toda la ventaja de la marina galicana en velas y jarcias, perdidas éstas, por
lo mismo, quedaban inservibles las naves.
César vence en batalla naval.
Sabino envía a un desertor que anuncia su miedo y el de sus soldados. De ese
modo logra que los bárbaros le ataquen y las tropas romanas consiguen
masacrarlos. Dos victorias casi simultáneas aunque alejadas.
A la vez, Publio Craso lucha
en Aquitania. En la batalla, de 50.000 enemigos apenas deja vivos la cuarta
parte.
Libro cuarto
César, recelando de la
ligereza de los galos, que son inconstantes en sus resoluciones, y por lo común
noveleros, acordó de no confiarles nada.
Es la nación de los suevos la
más populosa y guerrera de toda la Germania.
El número de los enemigos a
los que vencieron, no bajaba de 430.000, muchos de ellos ahogados en el Rin,
que no consiguieron cruzar, azuzados por los romanos.
Los bárbaros contestaron a
César que el imperio romano terminaba en el Rin, y si él se daba por agraviado
de que los germanos contra su voluntad pasasen a la Galia, ¿con qué razón
pretendía extender su imperio y jurisdicción más allá del Rin?
César estaba resuelto a pasar
el Rin. Sus ingenieros construyen un puente magnífico: concluida toda la obra a
los diez días que se comenzó a juntar el material, pasa el ejército.
César, gastados solos
dieciocho días al otro lado del Rin, pareciéndole haberse granjeado bastante
reputación y provecho, dio la vuelta a la Galia y deshizo el puente.
César se dispone a visitar la
isla de Bretaña.
Aprestadas y reunidas cerca
de ochenta naves de transporte, que a su parecer bastaban para el embarco de
dos legiones, lo que le quedaba de galeras repartió entre el cuestor, legados y
prefectos. Desembarcan y tras algunas escaramuzas se asientan en la isla.
Los bárbaros despacharon
mensajeros a todas partes ponderando el corto número de nuestros soldados y
poniendo delante la buena ocasión que se les ofrecía de hacerse ricos con los
despojos y asegurar su libertad para siempre si lograban desalojar a los
romanos.
César, aprovechándose del
bueno tiempo, levó poco después de media noche, y arribó con todas las naves al
continente. Dispuso en los belgas cuarteles de invierno para todas las
legiones. No más que dos ciudades de Bretaña enviaron acá sus rehenes; las
demás no hicieron caso. Por estas hazañas, y en vista de las cartas de César,
decretó el Senado veinte días de solemnes fiestas en acción de gracias.
Libro quinto
La república de Tréveris (la
ciudad del mismo nombre está hoy en Alemania y consta como la de fundación más
antigua del país) es, sin comparación, la más poderosa de la Galia en caballería;
tiene numerosa infantería, y es bañada del Rin, como arriba declaramos.
Llegó César con las legiones
al puerto de Icio. Juntóse aquí la caballería de toda la Galia, compuesta de
cuatro mil hombres, y la gente más granada de todas las ciudades, de que César
tenía deliberado dejar en la Galia muy pocos, de fidelidad bien probada, y
llevarse consigo los demás como prenda, recelándose en su ausencia de algún
levantamiento en la Galia.
Dejando a Labieno en el
continente con tres legiones y dos mil caballos encargados de la defensa de los
puertos él, con cinco legiones y otros dos mil caballos, al poner del sol se
hizo a la vela.
En estas maniobras empleó
casi diez días, no cesando los soldados en el trabajo ni aun por la noche.
Tras la victoria, Ambiórix
subleva a los suyos y cercan la legión mandada por Cicerón, le piden que se
rinda y este contesta: no ser costumbre del pueblo romano recibir condiciones
del enemigo armado. Si dejan las armas, podrán servirse de su mediación y
enviar embajadores a César; que, según es de benigno, espera lograrán lo que
pidieren.
César se entera del cerco y
manda sus legiones a socorrer a los sitiados. Los bárbaros avistan la ayuda y
levantan el cerco, volviéndose contra César con sesenta mil hombres. César
tiene sólo 7.000 y se enfrenta a ellos. Cercados en sus reales, César manda una
salida a la caballería y matan a muchos.
Labieno se mantiene en sus
reales, fortificado. Los bárbaros, mandados por Induciomaro alardean ante el
fortín. Labieno esconde su caballería y luego hace una salida por dos puertas
pillando desprevenido al enemigo. Había ordenado que todos buscasen a
Induciomaro y lo matasen. La caballería vuelve con la cabeza de Induciomaro
traída en triunfo a los reales.
Con esta noticia, todas las
tropas armadas de eburones y nervios se disipan, y después de este suceso logró
César tener más sosegada la Galia.
Libro Sexto
César pide ayuda a Roma y
consigue tres legiones más.
Sin esperar al fin del
invierno, a la frente de cuatro legiones las más inmediatas, entra por tierras
de los nervios y toma gran cantidad de ganados y personas y los obligó a
entregarse y darle rehenes.
Labieno invernaba con una
sola legión. Los enemigos se agruparon contra él. Con el río Mosa por medio,
Labieno no quería pasarlo por batirles, pero hace circular la noticia de que se
iba a retirar. Advertidos por sus espías los bárbaros cruzan el río y se sitúan
en “paraje donde no pueden revolverse” según palabras de Labieno. Sus tropas,
que parecían huir, se vuelven contra el enemigo y lo baten, destruyéndolo.
César decide pasar el Rin por
dos razones: la primera porque los germanos habían enviado ayuda a los
trevirenses; la segunda porque Ambiórix no hayase acogida en sus tierras. Manda
tirar un puente poco más arriba del sitio por donde la otra vez transportó el
ejército.
De los germanos dice: Los
robos hechos en territorio ajeno no se tienen por reprensibles, antes los
cohonestan con decir que sirven para ejercicio de la juventud y destierro del
ocio.
Ambiórix escapa huyendo tras
un ataque romano.
En la repartición del
ejército da orden a Tito Labieno de marchar con tres legiones hacia las costas
del Océano confinantes con los menapios. Envía con otras tantas a Cayo Trebonio
a talar la región adyacente de los aduátucos; él, con las tres restantes,
determina ir en busca de Ambiórix, que, según le decían, se había retirado
hacia el Escalda con algunos caballos, donde se junta este río con el Mosa al
remate de la selva Arduena.
César alojó dos legiones para
aquel invierno en tierra de Tréveris, dos en Langres, las otras seis en Sens.
Libro séptimo
César estaba en Roma mientras
Vercingetórix reúne un gran ejército contra él.
César, corriendo a todo
correr, entra en Viena cuando menos lo aguardaban los suyos. Encontrándose allí
con la caballería descansada, dirigida mucho antes a esta ciudad, sin parar día
y noche, por los confines de los eduos marcha a los de Langres, donde
invernaban las legiones; para prevenir con la presteza cualquier trama, si
también los eduos, por amor de su libertad, intentasen urdirla.
Los galos, siendo, como son,
gente por extremo mañosa y habilísima para imitar y practicar las invenciones
de otros, con mil artificios eludían el valor singular de nuestros soldados.
César sitia Avarico. Baste decir
que de unas cuarenta mil personas se salvaron apenas ochocientas, que al primer
ruido de asalto, echando a huir, se refugiaron en el campo de Vercingetórix.
Tras una derrota, César
convocando a todos, reprendió la temeridad y desenfreno de los soldados “que por su capricho resolvieron hasta dónde
se había de avanzar o lo que se debía hacer, sin haber obedecido el toque de
retirada ni podido ser contenidos por los tribunos y legados”.
Entonces Labieno, viendo tan
mudado el teatro, conoció bien ser preciso seguir otro plan muy diverso del que
antes se había propuesto. Ya no pensaba en conquistar ni en provocar al enemigo
a la batalla, sino en como retirarse con sus ejército sin pérdida a Agendico,
puesto que por un lado le amenazaban los beoveses, famosísimos en la Galia por
su valor, y en el otro le aguardaba Calogeno con mano armada. Demás que un río
caudulosísimo cerraba el paso de las legiones al cuartel general donde estaban
los bagajes. A vista de tantos tropiezos, el único recurso era encomendarse a
sus bríos. (Labieno mandaba cuatro legiones).
César pide ayuda a Germania,
en las naciones con las que años atrás había sentado paces, pidiéndoles
soldados de a caballo con los peones ligeros, hechos a pelear entre ellos.
Los germanos le prestan ayuda
y luchan, unidos, contra la enorme hueste recolectada por Vercingetórix, el
jefe galo. Todos, con todo su corazón y con todas sus fuerzas, se armaban para
esta guerra en que se contaban ocho mil caballos y cerca de doscientos
cincuenta mil infantes...Alborozados todos y llenos de confianza, van camino de
Alesia.
Despachan diputados a César.
Mándales entregar las armas y las cabezas de partido. Él puso su pabellón en un
baluarte delante los reales. Aquí se le presentan los generales. Vercingetórix
es entregado. Arrojan a sus pies las armas. Reservando los eduos y arveranos, a
fin de valerse de ellos para recobrar sus estados, de los demás cautivos da uno
a cada soldado, a título de despojo.
Libro octavo.
Escrito por Aulo Hircio.
Dice el autor de sí mismo:
Más cuando voy recogiendo todas las razones de ser puesto en paralelo con
César, caigo en este mismo delito de arrogancia de pensar que a juicio de
algunos pueda yo ser comparado con él. Adiós.
César, a vista de la
constancia con que los soldados habían tolerado grandes trabajos, siguiéndole
con tan buen deseo en tiempo de hielos por caminos muy trabajosos y con unos
fríos intolerables, prometió regalarlos con doscientos sestercios a cada uno y
dos mil denarios a los centuriones, con título de presa, y enviadas las
legiones a sus cuarteles, se volvió a Bibracte a los cuarenta días de haber
salido.
César volvió a sacar de los
cuarteles de invierno a la legión undécima, escribió a Cayo Fabio que se fuese
acercando a Soissons con las dos que tenía, y envió a pedir a Labieno una de
las que estaban a su mando. De esta manera, cuanto lo permitía la inmediación
de los cuarteles y el presupuesto de la guerra, repartía el cargo de ella
alternativamente a las legiones, sin descansar él en ningún tiempo.
César mandó fortalecer sus
reales con un muro de doce pies y a proporción de esta altura fabricar un
parapeto. Asimismo, que se hiciesen dos fosos de quince pies de profundidad,
tan anchos por arriba como por abajo; que se levantasen varias torres de tres
altos, unidos con puentes y galerías, cuyas frentes se fortaleciesen con un
parapeto de zarzos, para que fuese rechazado el enemigo por dos órdenes de
defensores: uno, que disparase sus flechas de más lejos, y con mayor
atrevimiento desde las galerías cuanto estaba más seguro en la altura, y el
otro, más cercano al enemigo, en la trinchera, se cubriese con los puentes de
sus flechas; y a todas las entradas hizo poner puertas y torres muy altas.
César pensó hacer con éstos
un ejemplar castigo que contuviese a los demás. Y así, mandó cortar las manos a
todos cuantos habían tomado las armas, concediéndoles la vida para que fuese
más notorio el castigo de los malvados.
Me parece estupenda tu reseña; hace ya muchos años examiné, más que leí, saltando de un pasaje a otro con cierto desorden, la Guerra de las Galias en una edición que creo recordar era simultáneamente en latín y traducida, me parece que de la editorial Gredos, y lo que más recuerdo era las descripciones que hacía de la labor de los ingenieros zapadores trabajando para hacer que las defensas de las ciudades enemigas se derrumbaran.
ResponderEliminarEn todo caso me parece que la elección que hiciste y los Magos satisficieron es una magnífica opción de recordar a los clásicos, que hoy todavía nos enseñan.
Francisco González García