...POR ELOY MAESTRE
El argentino Jorge Luis Borges (1899 – 1986),
extraordinario cuentista (El Aleph, Emma Zunz, El inmortal, Hombre de la
esquina rosada), poeta y ensayista, fue también un notable editor, apoyando su
erudición en su dominio de tres lenguas básicas occidentales: español, inglés y
francés.
En una edición exclusiva para Ediciones Orbis de la
editorial Hyspamérica, Borges recibió el encargo de seleccionar ochenta obras
de la literatura universal que conformasen la llamada Biblioteca Personal.
La atracción de Borges me impulsó a adquirir el primer
ejemplar de su Biblioteca en el año 1986 y de ahí en adelante los compré todos.
Este es un hecho insólito en mi vida, ya que no siendo nada proclive a las colecciones,
adquirí esta por primera y última vez.
La colección contiene gran diversidad de títulos sin
tratar de establecer ningún canon, como él mismo advierte en el prólogo general
que antecede a todos y cada uno de los volúmenes seleccionados. Un buen número
de novelas, libros de cuentos, poesías, ensayos, libros religiosos y
filosóficos de culturas de todo el mundo discurren por ella.
La circunstancia favorable a la lectura de dicha
colección ha sido la espantosa pandemia, tan aciaga cosechando dolor y muertos
como favorable a la introspección, en mi caso derivada hacia la gozosa y
abundantísima lectura. Mis prejuicios me vetaron leer la totalidad de la
colección, aunque la mayoría hayan desfilado ante mis ojos.
De los ejemplares leídos por primera vez o releídos con
gusto y pasión, he tenido el capricho de seleccionar aquellos que en su día o
recientemente me causaron hondísimo impacto, duradero en el tiempo. De cada uno
de ellos ofreceré breve nota.
Número 1 de la colección: Joseph Conrad: El corazón de
las tinieblas y La soga al cuello
Dice Borges: “En 1902, Joseph Conrad (1857 – 1924) publicó en Londres El corazón
de las tinieblas, acaso el más intenso de los relatos que la imaginación humana
ha labrado. Este relato es el primero de este volumen. El segundo, La soga al
cuello, no es menos trágico. La clave de la historia es un hecho que no
revelaremos y que el lector descubrirá gradualmente. En las primeras páginas ya
hay indicios.”
El corazón de las tinieblas se convirtió en famosísima al
llevarla al cine, con Marlon Brando en uno de sus papeles estelares. De La soga
al cuello, menos conocida pero hermosa como la primera, quisiera decir dos
palabras. Conrad muestra en ella su profundo conocimiento y amor por el mar y
el mundo de los navegantes, siéndolo él mismo largos años por los mares de la
Tierra. Un capitán de barco encarna el papel principal, personaje inolvidable
cuya vida termina trágicamente.
Obras 10 y 11 de la colección: La piedra lunar, de
William Blake.
Dice Borges: “William Blake (1824 – 1889) maestro de la
vicisitud de la trama, de la patética zozobra y de los desenlaces
imprevisibles, pone en boca de los diversos protagonistas la sucesiva narración
de la fábula. La piedra lunar no sólo es inolvidable por su argumento, también lo
es por sus vívidos y humanos protagonistas: Betteredge, el respetuoso y
repetidor lector de Robinson Crusoe; Ablewhite, el filántropo; Rosanna
Spearman, deforme y enamorada; Miss Clack, <la bruja metodista> ; Cuff,
el primer detective de la literatura británica”.
Impresionante novela de intriga adobada con una historia
de amor. Su trama gira alrededor de un fabuloso diamante que da título a la
obra y las vicisitudes sobre su posesión, oscilando su acción entre la India de
origen y la Inglaterra victoriana.
Una secta religiosa de la misteriosa India persigue el
diamante robado, remarcando el atractivo que desde antaño ostenta aquel
fabuloso país en el mundo occidental. Desde que fue editada, ocupa un destacado
lugar en la literatura universal por la maestría mostrada por su autor. Es un
relato extenso que ocupa dos tomitos de la colección.
Obra 15: Cuentos de Ise, de Ariwara no Narihira
Dice Borges en su prólogo: “Estos cuentos de Ise datan
del siglo X; constituyen uno de los más antiguos ejemplos de la prosa japonesa
y su tema central es la poesía lírica. Los temas constantes de su poesía han
sido la naturaleza, los diversos colores de las estaciones y de los días, las
venturas y desventuras del amor”.
“De este o del otro lado del bien y del mal, estas
páginas clásicas del Japón ignoran lo moral y lo inmoral. Según el doctor Kato,
esta volumen prefigura la famosa historia de Genji”.
En mi juventud leí mucha poesía, que lleva décadas
abandonada en mi ideario. Algo me hizo leer estos hermosos poemas, bastante
incomprensibles pese a las notas. En ellos se desgrana la mentalidad amorosa
japonesa antigua y yo quedé fascinado con ellos.
Obra 17: La Eneida de Virgilio
Virgilio (70 – 19 a. C) escribió La Eneida, donde el
héroe Eneas realiza un gran periplo desde la
destrucción de Troya hasta la fundación de Roma. Entre los años 28 y 27
a. C comienza a escribir la obra que le daría mayor fama y que le pondría al
frente de las letras universales, la Eneida.
Comenta Borges en el prólogo: “Virgilio se propuso una
obra maestra; curiosamente la logró. Digo curiosamente; las obras maestras
suelen ser hijas del azar o de la negligencia. De los poetas de la tierra no
hay uno solo que haya sido escuchado con tanto amor.”
Dice de un texto clásico:
“Las emociones que la literatura suscita son quizá eternas, pero los
medios deben constantemente variar, siquiera de un modo levísimo, para no
perder su virtud. Se gastan a medida que los reconoce el lector. De ahí el
peligro de afirmar que existen obras clásicas y que lo serán para siempre.
Clásico no es un libro (lo repito) que necesariamente posee tales o cuales
méritos; es un libro que las generaciones de los hombres, urgidas por diversas
razones, leen con previo fervor y con una misteriosa lealtad”.
Cuando le llegó el turno a la Eneida, la leí y quedé tan
sobrecogido de su hermosura que al terminar de hacerlo recomencé desde el
inicio. Este hecho, en mí poco repetido, suele significar que considero magnífica
la obra e imperativa su relectura.
El tema lo define Eneas cuando dice a sus compañeros:
“Corriendo varias fortunas, atravesando los mayores peligros, nos encaminamos
al Lacio, donde los hados nos prometen sosegado asiento; allí deben resucitar
los reinos de Troya.”
La diosa Venus, esposa de Júpiter tonante, padre de los
dioses y de los hombres, es madre del héroe troyano Eneas, a quien protege
constantemente librándole de perecer durante la guerra de Troya y en su huida
de la ciudad devastada, ya sea desviando flechas o venablos o cubriéndole con
una nube protectora que le convierte en invisible a los enemigos. Los Hados
muestran a Eneas su destino en las costas de Italia y la fundación de una
ciudad, Roma, dominadora del mundo entero.
La diosa Juno (Hera en la mitología griega), esposa de
Júpiter, se muestra contraria a los troyanos y lucha por su destrucción y
muerte. Obstaculiza, de distintas maneras y con ayuda de ninfas y dioses
menores, el arribo de Eneas a las costas de Italia. Peleas entre dioses y
diosas y luchas entre seres humanos o deificados, todo son contiendas en la
Eneida.
Los prodigios se suceden. En un torneo convocado por el
piadoso Eneas (siempre denominado así por Virgilio), una flecha lanzada por un
participante, de pronto cobra vigor inusitado inflamándose y perdiéndose entre
las nubes convertida en proyectil mágico.
El último prodigio sucede al final del libro. Eneas
recibe una herida en un muslo de una flecha desconocida. El héroe pugna por
extraerla sin lograrlo, y brama por continuar la lucha interrumpida contra
Turno, héroe de los ítalos, sus enemigos. Venus se apiada de su hijo una vez
más y prepara un remedio que le aplica un médico en la herida; de pronto, la
herida sana, la flecha sale por sí sola y puede Eneas recomenzar el combate.
Acaba por matar a Turno, hecho que concluye la epopeya.
Nota. Borges elige la traducción de Eugenio de Ochoa, escritor
romántico del siglo XIX, poeta, periodista, editor y crítico literario; tradujo
del latín la obra completa de Virgilio y del francés numerosas obras. Ignoro si
su traducción al español es la mejor de las infinitas existentes, aunque le
avale su edición repetida por editoriales españolas y latinoamericanas; a mí me
resultó admirable y hermosísima.
Obra 18: Saga de Egil Skallagrimsson, de Snorri Sturluson
Entre las sagas nórdicas, que cuentan las historias de
los héroes vikingos, ocupa un lugar de excepción la de Egil Skallagrimsson. del
siglo X. Cuenta las empresas de los vikingos, pueblo guerrero que dominó los
países bálticos en su día y llegó en sus correrías hasta las costas de
Inglaterra y de Irlanda, aliándose con diferentes reyes, desde su Noruega
natal. En los veranos armaban sus naves largas y se dedicaban a saquear y
comerciar por las zonas costeras, regresando a sus bases para pasar el invierno
tranquilos.
El héroe es un guerrero cruel, también poeta, codicioso y
avaro. Cosecha su primera muerte cuando contaba sólo 13 años, de un chico que
le había despreciado, por la que su padre debió pagar una compensación
económica. Su madre decidió con esta acción que Egil iba a ser un gran
guerrero. Poco más tarde pide una nave larga para ir a vikingo en el verano y
su padre se la niega. Como venganza, Egil mata al administrador de las fincas
paternas, y con ello se reconcilian padre e hijo.
Entre sus numerosas hazañas citaré cuando le montan una
emboscada seis guerreros y los mata a todos, luego sufre otro ataque y mata a
tres más. Tras varias de sus proezas guerreras realiza poesías, llamadas
drapas.
Obra 23. La cruz azul y otros cuentos, de Gilbert Keith
Chesterton.
Del británico Chesterton (1874 – 1936) nos dice Borges en
su prólogo que “encontró la salvación en la fe de Roma, de la que afirmó
extrañamente que se basa en el sentido común.”
“Este volumen consta de una serie de cuentos que simulan
ser policiales y que son mucho más.”
La mayoría de los cuentos están protagonizados por el
Padre Brown, un curita católico pequeño y de apariencia anodina, que resuelve
robos y crímenes sin aspavientos, armas ni violencia alguna, sólo con su lógica
clarividente a cuestas.
Leer estos cuentos me produce una sensación gustativa: es
como masticar una bamba de nata acompañada de un té de jazmín en una tarde
apacible: suave, dulce y tierna. Es una de las escasas lecturas que me produce
hambre, siempre de algo dulce, lo cual dice mucho en su favor.
Obra 28. El Imperio Jesuítico, de Leopoldo Lugones.
El argentino Leopoldo Lugones (1874 – 1938) escribió el
Imperio Jesuítico en 1905. Trata sobre el establecimiento en América de la
Compañía de Jesús en 1610, con la ayuda de la Corona española, en un territorio
enorme de 53.904 km², comprendido en su mayor parte dentro del actual Paraguay,
con extensión a zonas de Brasil, Argentina y Uruguay. Los jesuitas edificaron
pueblos en lugares adecuados, que rodearon de fosos y líneas de defensa y
presidieron con una iglesia. Dentro de ellos mantuvieron esclavizada a la
población indígena, obligada a trabajar desde los 5 a los 70 años. Cultivaron
productos para su propia alimentación y vestido, como maíz y algodón, y otros
para su venta provechosa por parte de los religiosos. Los indígenas nada
percibían, aparte de su alimentación y vestido. El experimento duró hasta la
expulsión y disolución de la Compañía de Jesús en 1773.
Borges dice en su prólogo:
“En 1903, el gobierno argentino le encargó la redacción
de esta memoria, que es ahora este libro. Lugones pasó un año en el territorio
donde la Compañía de Jesús ejecutó su extraño experimento de comunismo teocrático.” Y termina así: “Lo
que corresponde es la admiración ante un libro verídico, hermosamente escrito,
que ilustra un capítulo de interés y singular relevancia en la historia de
América.”
En la Introducción a la segunda edición de 1981, Roy
Bartholomew dice:
“Allí se tiene, como quien dice en miniatura, una
historia completa. Aquel fugaz Imperio, quizá soñado por sus autores como una
teocracia antigua, con su David y su Salomón, pasó por todas las crisis desde
la conquista al fracaso; hizo florecer una política que enredó en su trama a
dos naciones, organizó la vida civil en forma como no la veía el mundo desde
las más remotas civilizaciones asiáticas; realizó la teocracia en admirable
rebelión contra el progreso de los tiempos y de las ideas, conglomeró en
sociedad, con imponente esfuerzo, aquel hervidero de tribus cuya dispersión
inorgánica parecía inhabilitarlas para toda jerarquía… y ni el estrago de la guerra
le faltó para que sus restos conservaran el sello de todas las grandezas
humanas, comunicando una especie de épica ternura a aquellos escombros velados
por la selva compasiva, cuyos rumores son el último comentario de una
catástrofe imperial.”
Por encima del hecho en sí, hermoso y extraño, me ha
interesado especialmente el Capítulo 1 del libro, de los antecedentes
históricos del Reino de España en el tiempo anterior a la conquista del Nuevo
Mundo.
Tuvo que ser un extranjero el que mostrase cruda y magistralmente
los males que afligieron a España durante los reinados de Carlos V y Felipe II.
Muy lejos de los delirios de grandeza que nos trasmitieron de pequeños, grabado
a fuego en nuestras conciencias aquello de que “en los dominios del Imperio
español no se ponía el sol”, Lugones pone las cosas en su sitio. Su autor no
descubre la pólvora, pero sintetiza admirablemente cuanto los historiadores de
los siglos XIX y XX han dicho con mayor extensión y profundidad. Este texto
breve debía ser lectura obligatoria en las escuelas españolas.
Nunca leímos nada semejante, exacto, ni tan certero, en
nuestros tiempos de estudiantes del Ramiro.
Obra 41. Historia de la decadencia y ruina del Imperio
Romano de Edward Gibbon
Edward Gibbon nació en Inglaterra (1737 – 1794). Borges
dice en el prólogo, desusadamente largo, mostrando su erudición ante el enorme
desglose de datos literarios que Gibbon muestra en su obra magna:
“Es arriesgado atribuir inmortalidad a una obra
literaria. Este riesgo se agrava si la obra es de índole histórica y ha sido
redactada siglos después de los acontecimientos que estudia”.
“El consenso crítico de Inglaterra y del continente ha
prodigado durante doscientos años, el título de clásico a la Historia de la
decadencia y ruina del Imperio Romano, y se sabe que este calificativo incluye
la connotación de inmortalidad. Para construir su obra, hubo de compulsar y
resumir centenares de textos heterogéneos”.
Vaya por delante mi admiración por la obra, cuya lectura
resulta ardua por su apabullante erudición, que también es una historia del
Cristianismo por su enorme influencia en el final del Imperio Romano. Es obra
impresionante que nadie ha osado maltratar ni mejorar desde que salió a la luz.
Obra 45. Teoría de la clase ociosa, de Thorstein Veblen
Dice Borges en su prólogo: “Hijo de emigrantes noruegos,
Thorstein Veblen nació en Wisconsin en 1857 y murió en California en 1929. En
este libro, que data de 1899, Veblen descubre y define la clase ociosa, cuyo
extraño deber es gastar dinero ostensiblemente”.
“Según Veblen, el auge del golf se debe a la
circunstancia de que exige mucho terreno. Su obra es muy vasta. Predicó
austeramente la doctrina socialista”.
Veblen elaboró una teoría económica y sociológica a
comienzos del siglo XX que no ha perdido un ápice de vigencia y se mantiene en
la actualidad como uno de los monumentos escritos imperecederos. Que el consumo
innecesario y ostentoso en todo tipo de bienes muebles e inmuebles, carruajes,
lacayos, fiestas, defina una clase social sigue siendo irrebatible.
Obra 46. Pedro Páramo, de Juan Rulfo
Leí Pedro Páramo por primera vez en mis lejanos años de
Universidad. En Periodismo nos dio clase de literatura una profesora de la que
recuerdo incluso su nombre (cosa insólita en un desmemoriado como yo). Se
llamaba Marta Portal que nos abrió los ojos a la literatura mexicana amada
intensamente por ella. De ese modo leí el volumen de cuentos El llano en
llamas, también de Juan Rulfo, releído infinidad de veces. Otros títulos
fundamentales de ese siglo en México, especialmente de la Revolución de 1914 a
1920, fueron: Los de abajo de Mariano Azuela, El águila y la serpiente de
Martín Luis Guzmán, La muerte de Artemio Cruz y otros títulos de Carlos
Fuentes, y El laberinto de la soledad de Octavio Paz, libro fundamental para
penetrar en la forma de ser del pueblo mexicano.
Ahora he vuelto a tropezar con Pedro Páramo, incluido en
la Biblioteca Personal de Borges, y por supuesto la he releído con gusto. Esta
novela de pequeña extensión y Cien años de soledad de García Márquez son, para
mi gusto, los dos extraordinarios monumentos de la novelística americana de
habla española del siglo XX, llamado el bbom latinoamericano, cuyo influjo se
mantiene en el tiempo.
En Pedro Páramo se entreveran voces de muertos y vivos,
en un mundo vacío lleno de sombras, donde no sucede nada y todo llama a un
pasado desconocido, apenas entrevisto por personajes que desfilan ante los ojos
del lector, cada uno con su pena y su dolor a cuestas. ¿Están todos muertos?,
¿nadie hace caso de nadie ni quiere a otro que a sí mismo?
Obra 48. Los rojos Redmayne, de Eden Philpotts.
Eden Philpotts, un inglés de finales del siglo XIX, “era
de evidente origen hebreo y nació en la India” dice Borges. Según el
prologista, Los rojos Redmayne puede encuadrarse entre las novelas policiales y
sigue diciendo: Me ha tocado en suerte el examen, no siempre laborioso, de
centenares de novelas policíacas.”
Es una novela extraordinaria que por medios ordinarios,
pero ocultos, nos lleva de una sorpresa y un asesinato a otro. El amor matiza
la hermosa trama.
De no proponerlo Borges, nunca me habría atraído una
novela con ese título improbable y de autor desconocido. Lo agradezco a su
memoria y a su genio erudito, que habla, como de pasada y sin darle
importancia, de centenares de novelas leídas.
Obra 52. Relatos, de Rudyard Kipling.
Borges apunta en su prólogo: “No hay uno solo de los
cuentos de este volumen que no sea, a mi parecer, una breve y suficiente obra
maestra. Los primeros son ilusoriamente sencillos, los últimos, deliberadamente
ambiguos y complejos. No son mejores, son distintos.”
“A lo largo de mi larga vida habré leído y releído un
centenar de veces las piezas elegidas aquí.”
Famosísimo como novelista y poeta, Kipling muestra su
faceta más desconocida como autor de relatos magníficos, que Borges nos
descubre en este libro con ocho de los suyos.
Imagino que para Borges resultaría extremadamente
placentero, como gran cuentista que era, escoger ocho de Kipling para incluir en
su Biblioteca Personal. Dentro de ella, incluye varios libros de relatos que
también llama cuentos, lo que indica su indiferencia por el vocablo elegido.
Yo mantengo mi amor antiguo por los relatos cortos de
estilo realista, que prefiero llamar cuentos, sin más, un título hoy en desuso.
De los escogidos para este volumen, recordaré siempre uno
de la guerra de los bóers en Sudáfrica, titulado Una guerra de sahibs, y El ojo
de Alá, ambientado en la Edad Media.
Obras 59 y 60. Las mil y una noches. Anónimo.
Incluyo esta novela entre las perlas halladas en la
colección, pese a que todos recordamos haber
leído o escuchado algunos de los famosísimos cuentos que incluye como
Aladino y la lámpara maravillosa, los Viajes de Simbad el marino o Alí Babá y
los Cuarenta Ladrones. Como conjunto de cuentos maravillosos yo nunca lo había
leído, y por eso la incluyo aquí.
En el prólogo de la obra Borges apunta:
“El libro es una serie de sueños, cuidadosamente soñados.
Pese a su inagotable variedad, la obra no es caótica; la rigen simetrías que
nos recuerdan las simetrías de un tapiz. En sus narraciones predomina el número
tres.”
Y continúa diciendo: “No he incurrido en la moderna
pedantería de elegir la versión más fiel; he buscado la más grata de todas, la
del orientalista y numismático Antoine Galland, que, a partir del año 1704,
reveló las Noches a Europa. Acentuó lo mágico de la obra, abrevió sus demoras y
lentitudes y omitió lo escabroso. Los siglos pasan y la gente sigue escuchando
la voz de Shahrázád.”
Borges incluye en su Historia de la eternidad un ensayo
sobre los Traductores de las Mil y una noches. Allí dice:
“Antoine Galland publicó doce primorosos volúmenes entre
1707 y 1717, doce volúmenes innumerablemente leídos y que pasaron a diversos
idiomas, incluso al industaní y el árabe.
Palabra por palabra, la versión de Galland es la peor
escrita de todas, la más embustera y más débil, pero fue la mejor leída.
Quienes intimaron con ella, conocieron la felicidad y el asombro.
Galland era un arabista francés que trajo de Estambul un
ejemplar arábigo de las Noches y un maronita suplementario, de memoria no menos
inspirada que la de Shahrázád. A ese oscuro asesor – de cuyo nombre no quiero olvidarme, y dicen
que es Hanna – debemos ciertos cuentos
fundamentales que el original no conoce: el de Aladino, el de los Cuarenta
ladrones, el del príncipe Ahmed y el hada Peri Banú, el de Abulhasán el dormido
despierto, el de la aventura nocturna de Harún Arrashid, el de las hermanas
envidiosas de la hermana menor.
Basta la sola enumeración de esos nombres para evidenciar
que Galland establece un canon, incorporando historias que hará indispensables
el tiempo y que los traductores venideros – sus enemigos – no se atreverán a
omitir.”
Obra 65: Crítica literaria, de Paul Groussac.
Paul Groussac nació en Toulouse en 1848. A los 18 años
emigró a Argentina donde desempeñó distintas tareas de enseñanza. Fue director
de la Biblioteca Nacional, cargo que desempeñó desde 1885 hasta su muerte en
1929.
“En su carrera abunda la polémica, género literario que
ejerció con la requerida acritud. Fue un crítico, un historiador y, sobre todas
las cosas, un estilista.”
“Acaso la designación de <crítica> se adaptara
menos que la de <historia literaria> a la serie dedicada al Romanticismo
francés, y quizá también a las páginas consagradas a los grandes escritores con
que este libro principia y termina.”
Jamás pensé que leería un libro sobre crítica literaria,
un tanto alérgico como soy a los ensayos, en general, y a los literarios en
particular; pero aquí me tienen, admirando este libro de un francés afincado en
Argentina. En concreto, quedé subyugado por las conferencias pronunciadas por
el autor en la Facultad de Filosofía y Letras de Buenos Aires en 1920 sobre el
romanticismo francés. Su conocimiento profundo del tema y la forma didáctica en
que lo desgrana para su audiencia de estudiantes universitarios me hizo sentir
uno más de ellos, aprendiendo enormemente lo que de mi tiempos de estudiante
del Ramiro sólo retengo algunos autores como Víctor Hugo y Dumas. Mi incompleta
cultura quedó ampliada con esta lectura.
Un breve ensayo sobre uno de los héroes de la
independencia argentina, de nombre Mariano Moreno, donde critica acerbamente la
aparición de un libro sobre el prócer, me resultó maravilloso.
Groussac afirma tajante: “Tengo que cumplir una vez más
con el deber de hablar la verdad, siempre difícil de decir y oír, y tanto más
displicente cuanto más fundada.”
Han sido 14 las obras referenciadas en 16 volúmenes, poco más de un 17 por 100 del total de la Biblioteca Personal de Borges.